La más evidente y espuria de las alianzas

El reparto de presidencias de comisiones durante el último año de la actual legislatura ha venido a corroborar que la alianza entre el Partido Patriota y Líder es algo que va mucho más allá de las cuestiones puntuales y coyunturales. Aunque Líder quedó fuera de la junta directiva, el reparto del poder interno en el Congreso se hizo entre ambas franquicias, con una que otra concesión a las minorías más sumisas.

Acostumbrados a escuchar falsas afirmaciones de parte del presidente de la República, dueño de la franquicia electoral Patriota, su negativa a que la alianza con la otra franquicia, propiedad del señor Baldizón, sea de largo aliento solo viene a confirmar las sospechas. Cuando él dice que no, hay que asumir que sí, lo que en este caso no solo es una sospecha, sino que se basa en las evidencias.

Si recorremos los tres años del actual gobierno, veremos que, en todos aquellos momentos en los que era necesaria la votación favorable de los diputados de Líder, estos, después de aspavientos y teatralidades, beneficiaron al Ejecutivo con su voto. Fue así en la aprobación del presupuesto para 2013, en las leyes que beneficiaban a las telefónicas, etcétera. Y hasta en las cuestiones más extravagantes, como negar el genocidio, ambos grupos empresariales se pronunciaron juntos. La alianza cobró mucho más auge y evidencia en los últimos meses, cuando fue necesario diseñar la estructura del poder judicial a sabor y antojo de quienes han hecho de la manipulación del poder público su negocio. Ministerio Público, Corte Suprema de Justicia y salas de apelaciones fueron designados conforme a los intereses de ambos grupos, de modo que se eliminaron de un plumazo las pocas pero costosas conquistas que en favor de la independencia de poderes se habían conseguido hasta ahora. El broche de oro de esta mefistofélica alianza llegó con el nombramiento del contralor general.

Si en algún momento se jugó a las inocuas e ineficaces interpelaciones, nótese que las únicas que sucedieron, en extensas jornadas de secuestro del Parlamento, fueron las realizadas a ministros a cuyas áreas de acción el régimen militar apenas si les pone atención, y solo cuando de usar sus recursos para promociones clientelares se trata. Llegado el momento, y luego de circenses amenazas, la interpelación al ministro de Energía y Minas no se produjo, pero hubo de por medio un familiar pero reservado encuentro entre los hasta entonces feroces contendientes.

A los diputados de Líder se les concedieron importantes salas. La más valiosa fue la de Finanzas, desde donde el partido de falsa oposición podrá diseñar a su sabor y antojo el presupuesto de su supuesto futuro gobierno o, en su defecto, vender desde antes su colaboración a un cada vez más lejano segundo período patriota. Cabe la hipótesis, claro, de que, de no triunfar ninguno de los dos, quieran hacer inoperante el primer año de gobierno de quien los derrote.

Queda claro, pues, que, a la usanza de las elecciones de los años 1970, las franquicias electorales harán como que compiten, tratando de quedar ambos grupos con el control real del poder público: municipalidades, Congreso y Ejecutivo. Pero no para impulsar un proyecto consistente de país, sino para, parapetados en la demagogia más pueril, seguir usufructuando los recursos del Estado para sus propios y venales intereses.

No hay, como ya lo ha hecho ver públicamente el actual gobernante, una estrategia honesta y clara contra la corrupción, pues, siendo esta intrínseca a sus formas de ejercer el poder y hacer política, del clientelismo al tráfico de influencias todo se vale. Y ahora pueden ser practicados a plena luz del día y con el conocimiento de todos, tal y como quedó en evidencia en las transacciones y negociaciones de la diputada Mazariegos en Huehuetenango.

Líder y Patriota se han enredado en un nudo de intereses del cual es más que evidente que ya no podrán separarse. Unos son rehenes de los otros. Y aunque compiten agriamente por usurpar los mismos recursos públicos, puestos a escoger prefieren coimas y sobornos a quedar fuera de los negocios.

El escenario electoral, pues, nos ofrecerá falsas apariencias. Zarpazos, golpes y bravuconadas para entretener y distraer a los votantes. Pactos comerciales para mercantilizar todos y cada uno de los espacios del Estado. Reparto de cuotas y beneficios sin importar que, conduciendo al país de esa manera, estaremos cada vez más próximos a la debacle.

Esta es el atmósfera que las derechas obtusas y mediocres del país han construido. Temerosos de la democracia, los financistas conservadores y reaccionarios han dado lugar a este monstruo, del que solo podrán escapar si apuestan seria y honestamente por la democracia. La separación de poderes, un servicio público profesional —dejando de lado para siempre el clientelismo— y la eliminación de todo intento de tráfico de influencias son la base de una democracia eficiente. Construirla nos costará cada vez más, pero no intentarlo nos llevará de manera cada vez más rápida a la ingobernabilidad y a la crisis social.

Las derechas tienen la palabra.

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