La locura es del sistema

Las dos mujeres dieron declaraciones luego de su encuentro. La una es la segunda en la jerarquía del Ejecutivo pues ocupa la vicepresidencia. La otra es la cabeza al frente de la instancia responsable de la persecución penal. Ambas, sonrientes, con los rostros alisados por la firmeza de su discurso, afirmaron que se iniciará persecución penal contra los padres de niñas y niños migrantes no acompañados, devueltos por los Estados Unidos.

Pocas palabras. No hacen falta más. La imagen lo dice todo. La señora Thelma Aldana, jefa del Ministerio Público (MP), una instancia autónoma que debe actuar con independencia, baja la cabeza ante la orden presidencial y se pone a las órdenes del Ejecutivo. La vicepresidenta, Roxana Baldetti Elías, lleva la contra a la esposa del Presidente pues, mientras la cónyuge presidencial juega a mamá gallina, la segunda del gobernante quiere hacerle de policía mala.

Mientras, niñas y niños migrantes empiezan a ser deportados a un entorno social que no les ha garantizado las condiciones mínimas para vivir. No sólo por la infuncionalidad de los servicios básicos tales como alimentación, educación, salud y recreación, sino por la percepción social sobre sus circunstancias. Una vergonzante columna de Estuardo Zapeta, titulada con una desafortunada paráfrasis del libro de Galeano y que desnuda una rabiosa misoginia y racismo, es la mejor muestra de ello. A esto se suman los comentarios en redes sociales y en los sitios electrónicos de los medios de comunicación.

Antes de la crisis de la niñez migrante, el tema de las y los connacionales que emigran sólo era tema de discusión si había variantes en el índice de las remesas. En esas circunstancias, nadie culpaba a los padres por dejar abandonados a sus hijos o dejarlos al cuidado de familiares. Tampoco había preocupación por el viaje peligroso que realizaban adultos e infantes, cuando la crisis no se había publicitado. Mientras las remesas llegaran puntuales al sistema financiero y luego al entorno comercial, no había problema.

Ahora cuando cualquier funcionario o funcionaria quiere sacar raja de la crisis, entonces, la segunda de la presidencia se va corriendito al MP y le pide a la titular de esa oficina que aplique el rigor de la ley. Las dos comadres reunidas resuelven entonces criminalizar la pobreza y desatar la persecución penal contra los padres que empujaron a sus hijos al trayecto de la trágica migración al Norte. Si los padres están aquí y los logran procesar, lo cual implicaría prisión para ellos, los niños, de no contar con un familiar que les cuide y les sostenga económicamente, habrán de ir al sistema estatal de atención de la niñez.

Un sistema que incluso ha sido acusado de cometer violaciones a niñas encomendadas a su cuidado. Un sistema que no ha sido garantía para la reinserción de niñez y adolescencia en riesgo. Un sistema en fin que reproduce, uno a uno, los esquemas de violencia, autoritarismo y corrupción que dibujan al esquema de gobierno en Guatemala.

Más que levantar la ceja y pedir prisión para los progenitores, ignorando contumazmente las causas de la migración forzada, corresponde entender la situación con un índice de excepcionalidad tal que convoque a la ciudadanía a recibir y atender a la niñez deportada. Las niñas y niños que llegan en los vuelos de retorno, han de ser vistos y protegidos como lo que son y no servir de espectáculo mediático ni de carnada electorera.

Lejos de plegarse con servilismo vergonzante a la vicepresidencia, mejor haría la jefa del MP en procesar a las y los evasores de impuestos cuya acción debilita las finanzas públicas. Procesar a las y los funcionarios que se embolsan los limitados recursos públicos, mismos que le son mermados a las posibilidades de que el Estado satisfaga las necesidades de la población. Más que criminalizar la pobreza y sacar la guillotina en cada crisis, corresponde atacar el problema de raíz.

Ningún padre en su sano juicio, con ingresos garantizados en un entorno de seguridad y paz, enviaría a sus hijos e hijas a sufrir hambre, sed, sol, frío, lluvia, abuso sexual y a perder incluso la vida, por simple capricho o irresponsabilidad. La locura entonces no está en los padres de la niñez migrante sino en el sistema que los empuja a buscar esa vía para tener una vida digna.  

 

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