La justicia interesa a la élite, pero esta tendrá que asumir el costo

En este universo maniqueo que habitamos, en este país del blanco o negro, tendemos a pensar que no hay opciones, solo alternativas. Se está con los pobres o con los ricos, con las empresas o con los derechos humanos, con los indígenas o con los mestizos.

Pareciera que por un lado estamos quienes pensamos que las deudas de justicia no deben quedar sin saldar; y por el otro, quienes se apuran a pasar la página sin demasiado escarbar. «¿Por qué tanta necedad con la miseria humana?», parecen preguntar. «Si aquí lo que urge es aumentar la producción y el crecimiento económico».

Sin embargo, la contradicción entre justicia y negocios solo existe para quien busca prolongar los conflictos o, peor aún, mantener las exclusiones. Exigir justicia ante los abusos no solo es compatible con el afán de invertir en las empresas y hacer crecer la economía, sino más bien es indispensable.

Sí, hacer justicia tiene razones intrínsecas: resarcir y compensar el daño sufrido. Pero no es eso lo que subrayo aquí. El adalid empresarial debiera apoyar, tanto como el activista, una pronta y eficaz justicia a favor de los más pobres. Pero no lo veo. Y si no lo hace, nunca será creíble su oferta de inversión y desarrollo nacionales.

Piénselo como un negocio. Invertir es ejercitar la confianza. Los socios invierten hoy, confían sus dineros al emprendedor para que compre insumos, monte maquinaria y contrate empleados esperando que, cuando tenga éxito, reponga con utilidades el capital adelantado. Esto requiere, primero, confiar en el emprendedor; y segundo, tener medios para hacer exigible esa confianza.

Lo primero, la confianza, la dan las señales creíbles, la historia y la conducta que indican que el socio es de fiar. Ahora bien, hace ratos Darwin notó que solo una señal costosa es también una señal creíble. La cola del pavo real es más estorbo que ayuda. Pero el costo de mantenerla demuestra sin duda, tanto a las parejas potenciales como a los rivales, que el dueño de ese espléndido adorno es fuerte: triunfa aún con su estorbo. Por la misma razón, en los códigos de honor hay violencia: liarse en duelo es peligroso, pero estar dispuesto a correr el riesgo subraya que las intenciones son serias.

Lo segundo, hacer exigible lo prometido, se consigue con leyes efectivas: un sistema de justicia que opera bien, rápido, para todos y siempre es probable que también castigue las traiciones a la confianza.

Hoy vemos injusticias de todo tamaño: abusos de guerra no resarcidos, colegios militares y religiosos que evaden su responsabilidad, mineras que violan y destruyen. Pedir que la élite apoye la justicia para las víctimas del oprobio atiende las dos razones citadas. Primero, porque su historia y conducta pasadas dicen que no quiere compartir y se repiten cada vez que rehúsa pagar más impuestos. Segundo, porque su falta de apoyo a las causas de los más pobres debilita el marco de la justicia que necesita la misma élite.

Así, aun sin entrar en razones éticas, apostar por las víctimas, así sea en Sepur Zarco o ante una minera canadiense, es reconocer a esas personas como nuestros iguales en dignidad y ciudadanía. Si los hijos de la élite no apoyan dichos reclamos obvios y urgentes, ¿por que creerles cuando afirman que al invertir en sus empresas los beneficios llegarán a todos aquellos cuya igual necesidad no reconocen? Sería como confiar en el granjero que promete compartir sus ganancias con las gallinas, pero no deja de calentar el agua para el caldo.

No todo está perdido, pero es indispensable que en la misma élite se reconozca la falencia: no ha sido un socio creíble en la construcción nacional. ¿Por qué confiarle los recursos del resto de la sociedad, nuestros recursos (que esto son los impuestos colocados en crear oportunidades de negocios), si no da señales creíbles, señales que le resulten costosas?

Los adalides modernizantes en la élite —que los hay y quieren el bien— necesitan asumir esos costos, promover y comprometerse no con las causas afines, que esta es tarea fácil y agradable, sino con las que cuestan, molestan y duelen. El sacrificio no vendrá primero por el pago de impuestos, aunque este también tendrá que llegar. Vendrá por abrazar la justicia para con los ciudadanos más pobres y más marginados. Vendrá por correrse el riesgo del repudio de sus iguales más reaccionarios. Solo así podrán señalar que van en serio y que no son más de lo mismo.

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