Y cómo no, si tomó 30 años para que un ex jefe de estado llegue al banquillo de los acusados por las atrocidades cometidas durante su gobierno y aún así, se ponen mil y un zancadillas legales al proceso para retrasarlo. Mientras, cientos de familias esperan tener un poco de paz, tener un poco de justicia en nombre de sus hermanos, hijos, padres, amigos, para todos los desaparecidos, torturados o muertos. Tres décadas esperando para luego ver todo el proceso desmoronarse de una manera que nadie entiende. Porque no es exageración decir que el 99% de la población no entiende cómo “funciona” el sistema de justicia en este país. Nos perdemos en las noticias de los mil vericuetos legales que se plantearon en las últimas semanas del juicio a Ríos Montt y Rodríguez Sánchez.
Yo, por mi parte, traté de escuchar todos los días posibles el livestream del juicio. Incluso fui a la Corte Suprema de Justicia en dos ocasiones para acercarme más y poder entender qué estaba pasando. El segundo de esos días fue cuando los abogados de la defensa se retiraron y se desató el caos jurídico. No puedo negar que ese “jueves negro”, como le han llamado algunos, me desinflé al escuchar la noticia de la resolución de la jueza Carol Patricia Flores. ¿Cómo era posible que todo se anulara? Resulté pidiendo a amigos abogados que me explicaran qué había sucedido y aún así no puedo decir que lo entendí por completo.
Resoluciones, retracciones, amparos, prevaricato, cientos de palabras que parecen que nos hablaran en griego. Solo puedo imaginar lo que sintieron las familias de las víctimas, las mujeres y hombres que habían dado su testimonio, al ver que todo parecía escaparse de sus manos. ¿Cómo confiar en el sistema de justicia, si éste parece ser un laberinto donde aparecen bestias mitológicas y dinosaurios a diestra y siniestra, poniendo zancadilla a quien quiere avanzar?
Consideremos que esto es un proceso mediático, en el cual hemos podido observar y estudiar lo que pasa, imagínese todos los casos “pequeños”, que pasan desapercibidos. Casos que para los afectados pueden significar todo, pueden significar una vida. Esos en los que la gente gasta sus energías, su dinero, su fe, en tratar de vencer la muralla que parece interponerse entre ellos y la justicia. Es frustrante ver cómo todo se desbarata, cómo todo parece favorecer a quien tiene más, a quien conoce al juez, al magistrado, al tío del amigo del vecino.
No me ha tocado enfrentarme personalmente a ese armatoste que es el sistema de justicia de este país. Hace un par de años, después de una muy fea experiencia de secuestro, la policía no fue ninguna ayuda y sólo de imaginarme lo que significaría una denuncia y lo que seguiría, desistí. Yo solamente quería estar en paz y recuperar mi tranquilidad. Nuestra esperanza en el sistema es tan mínima que ya ni siquiera denunciamos. Después me arrepentí, sé que debí haber hecho más. Porque no es sólo necesario que exijamos la depuración del sistema de justicia, sino que empecemos a alzar la voz y no dejemos que los dinosaurios y bestias mitológicas nos pongan zancadilla. Las estadísticas de impunidad nos desmotivan, pero no debemos dejar que nos venzan.
Hay una frase, que se atribuye a Albert Einstein, que dice “En materia de verdad y justicia, no hay diferencia entre grandes y pequeños problemas porque cuando se habla del trato a las personas, todo es igual de importante”. Pues sí, si dejamos que algo grande se nos escape de las manos, si dejamos que el dinosaurio se siente y vea feliz cómo todo se desmorona, ¿cómo esperamos salir adelante con lo más pequeño? Esto que está pasando no sólo es cuestión de la definición del genocidio o de las derechas e izquierdas. Esto que está pasando es una prueba al sistema de justicia y a nosotros, como observadores. Aunque esté en griego, hay que hacer el esfuerzo. O, una vez más, ¿nos quedaremos callados?