Durante mis estudios de Comunicación Social, el profesor de la materia entonces llamada Prensa Escrita, nos pidió seleccionar libros para leerlos durante el semestre. La premisa que dominaba era la frase de Ryszard Kapuscinski, «por cada página escrita, cien leídas». Con tal de orientarnos elaboró en la pizarra un listado de autores para que acorde a intereses y curiosidades, cada uno eligiera a conveniencia los mundos a los cuales deseaba aproximarse.
Así fue como tratamos de entender el mundo «Patas arriba» de Galeano y los «Cuentos chinos» de Andrés Oppenheimer. Nos sumergimos en «In Cold Blood» (A sangre fría) y comprendimos la vida confusa de Truman Capote. Ken Follet nos guió durante unas semanas hacia «Los pilares de la tierra». Y así continuó el listado con Noah Gordon, Julia Navarro, Robert Louis Stevenson y Carlos Ruiz Zafón entre otros.
Al terminar, un compañero de clases le dijo al profesor, «le falta Gabo». Y sin pedir permiso aparecieron en nuestra memoria títulos como «El coronel no tiene quien le escriba», «Cien años de soledad», «El amor en los tiempos de cólera», «El general en su laberinto» y «Noticia de un secuestro». Nos dimos cuenta que al balbucear tales novelas, ‘Gabo’ habitaba en nuestra memoria cual galopantes letras que viajaron de Colombia al mundo sin necesitar visa. Vale preguntarnos las razones por las cuales todos –espero no equivocarme– tenemos trazos argumentativos de un par de novelas e incluso sabemos de memoria una que otra frase. Claro está que el realismo mágico se hace presente en nuestra cotidianidad pues todos hemos contado en determinado momento partes de nuestra biografía con episodios “fantásticos” sin escatimar en detalles. En definitiva, expresar nuestra realidad de forma mágica y cruzar el tiempo con experticia parece ser necesario para entender y entendernos.
Por tales razones y debido a la desaparición física de Gabo, en Colombia entera se ha organizado la lectura y re-lectura simultánea de alguna de sus obras, pues la mejor forma de rendir homenaje a Gabo es leyéndolo. Como guatemalteco que lleva dos años viviendo en Colombia, tal reconocimiento y forma de homenajearlo me da envidia de la buena.
Por un lado, me agrada saber que puedo conversar con un colombiano y hablar de las novelas de García Márquez con tranquilidad, incluidas las llevadas a la pantalla grande. Pero por otro lado, me quedo con un sentimiento de ingratitud pues si fuera un 9 de junio, fecha en que falleció Miguel Ángel Asturias, y el Ministerio de Educación de «Guate» propusiera la lectura simultánea de una novela de nuestro Nobel de Literatura, me sentiría con menos autoridad y bagaje cultural para referirme a sus obras. Sentado frente a la computadora rondan en mi cabeza «El Señor Presidente» y «Hombres de maíz». Y al buscar el listado de las novelas escritas por mi paisano, me doy cuenta que ignoro la mayoría de sus ensayos, teatros, relatos, cuentos y novelas. De tal manera que a nivel personal procuraré saldar tales lecturas pendientes con “Leyendas de Guatemala”, “Viento fuerte”, “El papa verde”, “Los ojos de los enterrados”, “Soluna”, “La arquitectura de la vida nueva” entre otros. Y a nivel social, ojalá que el Ministerio de Educación promueva lecturas simultáneas tanto de Asturias como de otros literatos nacionales.
Termino agradeciendo a Gabriel García Márquez por su vida y la herencia vertida en las letras que nos acompañan y que nos recuerdan la importancia de la lectura como aquella capaz de hacernos vivir cientos de vidas en una sola.