La guerra contra las drogas III: maestrías en marihuana y doctorados en coca

Las penas por posesión para distribución y consumo de drogas aplicadas durante la administración Reagan tuvieron como efecto inmediato un alza exponencial de prisioneros cumpliendo largas condenas en las cárceles de los Estados Unidos.

 Al inicio estas tenían un carácter marcadamente racista. La posesión y distribución de crack, cuyo uso era más común en las clases bajas y desposeídas, particularmente entre la población de raza negra en las zonas urbanas, contaba con penas hasta cuatro veces mayores que el uso y distribución de cocaína, utilizada principalmente por las clases pudientes, particularmente de raza caucásica.

Eventualmente, las penas sobre la posesión para distribución y consumo de todos los narcóticos y sustancias consideradas ilegales llegaron a los estándares que tenía el crack. En el corto plazo, las cárceles experimentaron una sobrepoblación. Jóvenes condenados por fumarse un cigarrillo de marihuana compartían celdas con asesinos, violadores y narcotraficantes. Las prisiones se convirtieron en auténticas universidades del crimen haciendo trizas cualquier intento de rehabilitación de prisioneros.

De nuevo el tiro les salía por la culata a las autoridades del “coloso del norte”. No solo aumentaron los porcentajes de población encarcelada de forma alarmante (que siguen aumentando), sino que generaron otro problema: los crímenes dentro de las mismas cárceles. El tráfico y uso de drogas, las extorsiones, el contrabando y los crímenes violentos también han experimentado un alza que supera los porcentajes aceptables por crecimiento poblacional. Irónicamente, la solución al problema resultó ser aún peor.

Las luces rojas y las sirenas se activaron desde mediados de los 80, pero cuando el presidente era George Bush (padre), este decide que la gran solución al problema era atacar a los productores y los canales de distribución. Fue así como voltearon las miradas (y las armas) a Sudamérica. Los primeros en sufrir la ira de la nueva política antidrogas de los Estados Unidos fueron los panameños. Claro esto no sucedió de la noche a la mañana, cuando se empezó a hacer pública la relación entre la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el gobierno de Manuel Noriega, un presidente que a la vez era un informante. ¿Qué mejor que una invasión para tapar el clavo? Y, mejor aún, con el pretexto de la guerra contra las drogas.

A partir de la invasión a Panamá, la política exterior de los Estados Unidos sobre las drogas fue muy clara: destruir la producción e interrumpir la distribución. Cualquiera pensaría que esto se realizaría en un principio con programas de cooperación e incentivos económicos para generar alternativas de ingresos para las partes involucradas. Pero haciendo cierto honor a la idiotez que caracterizó a su hijo, George Bush padre consideró que la solución al problema era la mano dura (entiéndase la fuerza bruta), sembrando así las semillas para una violencia descontrolada que nos ha venido azotando desde entonces.

roberto.antonio.wagner@gmail.com

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