Hace un año exacto estaba batallando con quitarme ocho libras de más para poder entrar en un vestido de dama de honor.
—Tú, tranquila —me dijo una amiga—. Tengo la solución.
Mi amiga entró a su habitación, abrió las puertas del clóset y sacó una caja que a primera vista me parecía contener algo sospechoso. Pero no fue así. La abrió y con un cuidado majestuoso fue sacando una por una, mientras extendía sobre la cama, más de media docena de fajas para formar cintura, para ocultar la celulitis, de cuerpo completo, para levantar los glúteos y para hacer ver más grandes los pechos. Había fajas para todo.
—Ese vestido entra o entra. De eso yo me encargo —me dijo mientras me ponía una faja de cuerpo completo en las manos.
—¿Dónde conseguís todas estas fajas? —le pregunté.
—Las compro en TV Offer. Son lo mejor. Me evito hacer dietas y entro en cualquiera de mis vestidos —me dijo sin titubear.
Me desvestí lentamente, consciente de que era un territorio peligroso adentrarse en el mundo de las fajas. Empecé ajustándome las piernas dentro de la prenda de vestir, acción que resultó bastante sencilla en un principio, pero luego venían las caderas y el abdomen. Fue en ese momento cuando se puso complicada la misión.
—No logro subírmela —le grité desde el baño.
—No te aflijás —contestó—. Ahora te ayudo.
Era una pesadilla. La faja se había quedado enrollada a mitad de mi panza. Sudaba con cada respiro y tenía la sensación de que solo era cuestión de un movimiento en falso para que yo explotara con todo y la prenda. Pero a pesar de todo, mi amiga se mantenía optimista y entre cada uno de sus jadeos me repetía:
—No te ahuevés, Vero. Aguantá. De que sube, sube.
Después de lo que se sintió como una eternidad, la faja estaba puesta. Me abarcaba desde las rodillas hasta por debajo de los pechos y me daba un look al estilo Dolly Parton. El vestido, tal y como ella lo había predicho, me había quedado.
Me quité la faja diez minutos después de habérmela puesto. La liberación del cuerpo se sintió de inmediato, y esas libras de más, con toda la naturalidad del mundo, volvieron a ubicarse en su lugar. Es un mundo peligroso el de las fajas: primero nos construyen un montón de supuestas imperfecciones y después nos venden lo que pareciera ser la solución. Sin embargo, hay algo más allá de lo hermoso al contemplarnos frente al espejo: aceptar todas nuestras impuestas imperfecciones y poder mandarlo todo a la mierda.