Las cifras con la que se termina el primer semestre de 2021 son alarmantes.
Más de 9,000 muertes atribuidas al virus, casi 300,000 personas contagiadas y un lento proceso de vacunación que incluye 767,000 personas vacunadas con primera dosis y apenas 157,000 con la dosis completa.
Para efectos de comparación, a finales de 2020 se tenían cerca de 140,000 casos confirmados y poco más de 4,800 defunciones por la pandemia. Quiere decir que en los primeros seis meses de 2020 se han duplicado los casos confirmados y que las muertes se acercan al doble de la cifra con la que se cerró el año pasado.
Las cifras de los últimos siete días son de cuidado. Del 22 al 28 de junio se reportan 9,961 contagiados, incluyendo 2,273 el día 24, así como 356 fallecidos, incluyendo 64 ese mismo día.
Hay que recordar que tras estas cifras frías se encuentran la angustia, el miedo y el dolor de los enfermos, de los familiares y de las personas cercanas que son testigos de esta situación. Es necesario recordar que no es posible conocer los efectos que tendrá la enfermedad en cada caso concreto.
En los primeros seis meses de 2020 se han duplicado los casos confirmados, y las muertes se acercan al doble de la cifra con la que se cerró el año pasado.
Por el otro lado, el proceso de vacunación tiene en contra la lentitud de la aplicación, la opacidad, los escándalos y otros problemas técnicos derivados de lo que se aprecia como incapacidad, corrupción e ineficiencia del Gobierno. A esto se suma la incapacidad del Estado (y de los funcionarios que lo dirigen) de regular la vida de sus habitantes en una situación de crisis de salud. Debido a negligencia y a intereses que van en otras direcciones, el Estado no puede establecer un control más eficaz, razonado y en función de los intereses que le dan respaldo: la protección de la vida humana.
Correlativamente, la población se encuentra en la inmediata necesidad de trabajar y de desarrollar las actividades que le permiten el sustento diario, lo cual se agrava por el descuido, por la falta de aplicación correcta de las medidas de higiene (en algunos casos su imposibilidad) y por algunos reflejos de escepticismo que se instalaron desde el inicio de la enfermedad o respecto a la eficacia de las vacunas (alentados por tanta información falsa o de dudosa procedencia).
En síntesis, una serie de factores se mezclan para generar una situación como esta en la que nos encontramos y con un horizonte en el cual el número de muertos y de contagiados tiende a agravarse.
¿Existen dentro de este panorama algunos aspectos positivos? Vale señalar que, en mi experiencia inmediata (en la vacunación de mis padres), logré apreciar el orden, la dedicación y la amabilidad de las personas al tratar a los adultos mayores (entiendo que no todas las personas pueden contar lo mismo), así como el respeto y el cuidado que mostraban las personas que llevaban a sus familiares al puesto de vacunación.
También debo reconocer que, pese al tiempo y a las colas que se hacen, las pruebas para detección de casos se realizan en forma ordenada y amable en el sector público.