La cultura del Twitter

En el momento de los comentarios al libro La revolución que nunca fue, de mi autoría, Dina Fernández divulgó en su cuenta de Twitter que una de las afirmaciones que en el libro se hacen es que «el Cacif moduló el ritmo y volumen de las movilizaciones», la cual desató un sinfín de comentarios, en su mayoría contrarios a la afirmación.

La frase está dentro de un texto mucho más amplio, y la comentarista lo que hizo fue resaltar la frase bajo el entendido de que tiene detrás todo un razonamiento y una justificación factual. Sin embargo, muchos de los receptores del mensaje se indignaron —imagino que contra el autor del libro— sin tomarse la molestia de profundizar en el texto para justificar sus comentarios. Twitter permite establecer amplias discusiones basadas en la práctica muy chapina del dicen que dicen que dijeron, en la cual los razonamientos son simples y las opiniones contundentes.

La afirmación sobre el logro del Cacif —entendido como la expresión política de los grupos que controlan el poder económico— en las movilizaciones del año pasado se demuestra fácilmente, lo que no significa que esa organización y sus principales ideólogos hayan ocupado la vanguardia en las concentraciones sabatinas, cosa que no se dice en mi texto. En política y en la construcción ideológica la cuestión no es tan simple como en el futbol. En ellas puede ganar y salir fortalecido quien ni siquiera haya abierto el pico o movido un dedo para que eso sucediera. Y en este caso la cuestión es simple. El país sigue igual que antes. Los grandes temas nacionales no solo no se resolvieron, sino simplemente ni siquiera se discutieron de manera seria en la plaza. Hubo carteles y consignas pronunciadas por algunos, pero lo que unificó a sancarlistas y landivarianos, a comerciantes y dependientes, fue exigir el juicio y la renuncia de Baldetti y, al final, de Pérez Molina.

El poder económico sigue intacto, exportando fortunas amasadas con base en salarios de hambre y jugando a la indignación ante la corrupción sin querer entrar a resolver los problemas de fondo que han producido un sistema económico y político que se nutre y desarrolla a partir, precisamente, de la corrupción endémica que padecemos. La oposición férrea de los líderes del Cacif y de diputados afines como Fernando Montenegro, de EG, a transparentar las cuentas bancarias y las sociedades anónimas es una muestra.

De nadie es desconocido que el llamado paro nacional no fue sino el paro universitario —con permiso de las autoridades— y el de la zona 1 —particularmente el de las tiendas de comida rápida para la clase media—. Quien paró estima su esfuerzo extraordinario, aunque lo haya hecho con autorización del jefe y sin poner en riesgo sus ingresos. Hay los que aún creen que todo aquello fue una revolución y que sus actos se asemejan a los de María Chinchilla en 1944 o a los de los secundaristas del Fuego de 1962. Y al cuestionarles desde afuera sus supuestas glorias, tienen razón en molestarse.

Pero las evidencias son otras. La gente salió a la calle con el pecho henchido de entusiasmo, pero segura de que no ponía en juego una pizca de su seguridad. La gente actuó con independencia y firmeza, pero sus actos tuvieron los límites y las condiciones que, impuestos desde afuera, terminaron siendo aceptados como válidos.

Los voceros de quienes lucran con el statu quo insistirán en convencernos de que lo sucedido, la renuncia y la detención del presidente y de su vicepresidenta, es no solo un inmenso logro, sino, lo más importante, que se consiguió porque la gente se reunió masivamente varios sábados en la Plaza de la Constitución.

Las evidencias también cuestionan tal afirmación, pues, si una renunció por presiones externas e internas para preservar al principal usufructuario de la ola de corrupción, este únicamente dejó el cargo cuando las acusaciones del MP tenían una amplia base material. Si Pérez Molina se salvó del primer antejuicio, fue porque las acusaciones eran de carácter ético-políticas. Y no pudo evitar el segundo porque las pruebas eran demasiado claras.

Que el pretor extranjero hizo presión es algo que hasta ahora queda en el campo de las especulaciones, sin que tengamos evidencia alguna. Mi ensayo se basa en evidencias, particularmente en los discursos y las prácticas de los actores, por lo que este extremo no puedo asegurarlo. Pero sí se puede asegurar que, con concentraciones o sin ellas, Pérez Molina habría tenido que renunciar ese día o en los posteriores.

La manera como el poder económico controló y limitó los alcances de la Plataforma Nacional para la Reforma del Estado (PNRE) es una clara evidencia del control que el sector económico tuvo del proceso. Los supuestos notables no pasaron de ser un grupo de interés, sin llegar a convertirse en un grupo de presión.

La plaza jugó su papel, brindó sus lecciones. Los concentrados aprendieron a protestar, a exigir al electo responsabilidad de sus actos. Los órganos de justicia ganaron independencia, y la gente de la plaza empieza a respetarlos, aunque muchos de ellos no apoyen la sentencia contra Ríos Montt y no lleguen a convencerse de que los perpetradores de crímenes contra la humanidad deben ser juzgados y condenados. En la plaza no se unieron los intereses de las distintas Guatemalas. Apenas si se levantaron cartulinas con demandas diversas. La gente aprendió a cantar el himno nacional, aunque no logre aún cuestionar las falacias y las falsas afirmaciones de su texto.

Mucho fue lo que aprendimos, poco lo que ganamos. Y si no profundizamos lo sucedido en una y otra esfera, será un bonito y alegre recuerdo, pero no servirá de base para el futuro. De cómo los indignados con mis frases debatan, se organicen y construyan depende en mucho el futuro del país. Escribir no basta si no se leen completos los textos. Twitter ayuda a difundir frases. Hay que profundizar en los razonamientos.

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