A lo largo de mi vida profesional, en muchas ocasiones he sido testigo de cómo esta lógica opera de forma subrepticia, aun cuando nadie parece percibirla. Recuerdo, por ejemplo, cuando a mi regreso a Guatemala, logré colarme dentro de un equipo multidisciplinar que preparaba la supuesta transición del papel que cumplía la Misión de Naciones Unidas para Guatemala –MINUGUA– hacia la Institución del Procurador de Derechos Humanos –PDH–: encontré un grupo de jóvenes entusiastas que se dieron a la tarea de diseñar lo que en ese entonces, iba a ser el Sistema de Información y Verificación de los Acuerdos de Paz –SIVAP–, cuyos pilares fundamentales serían las unidades temáticas –las Defensorías– y las unidades territoriales –las auxiliaturas– de la PDH.
El proyecto era muy bueno, el equipo que se encargaba de impulsarlo contaba con excelente preparación y dinamismo, y el Procurador de entonces, que había llegado con la casi total aprobación del sector de Derechos Humanos, parecía ser el jefe adecuado para alcanzar el éxito del proyecto, tanto por su trayectoria profesional como por los criterios acertados con los que parecía dirigir la Institución.
Pero la historia demostró que las intrigas, las ansias de protagonismo de algunos miembros del equipo y la miopía del entonces Procurador, que veía el dinamismo del equipo como una amenaza a su propia autoridad, llevó al traste tan importante proyecto: La PDH nunca logró generar un sistema eficaz que rastreara efectivamente el cumplimiento ni los avances de los Acuerdos de Paz.
Algo similar me ocurrió cuando años más tarde, dirigía un Proyecto de Investigación en FLACSO del que todavía algunos tienen memoria: un proyecto exitoso, un equipo de lujo, y una perspectiva de crecimiento envidiable. Sin embargo, el ansia de protagonismo y la descalificación, impidieron que la investigación y la perspectiva que se desarrollaba, tuviera continuidad.
Muchos otros proyectos truncados, cuando auguraban éxito total por la alta capacidad de quienes integran tales proyectos, me han convencido de que en Guatemala existen demasiados liderazgos notables que en vez de trabajar juntos por una Guatemala mejor, se esfuerzan por descalificarse mutuamente, en una acelerada carrera por demostrar quién es el más inteligente, el más capaz y el más fuerte.
Lamentablemente, esa mentalidad de feudos convierte el espacio público en un escenario donde los egos individuales chocan interminablemente, en la búsqueda de imponerse al resto: una lamentable concreción cotidiana de la famosa metáfora con la que en el extranjero, nos identifican a los guatemaltecos.