Kalashnikov terminó sus días en la ciudad de Izhevsk, capital de la República de Udmurtia, ubicada en los montes Urales. Izhevsk tiene una larga tradición en la industria de armas de fuego, que data de las Rusia de los zares. Es la sede de Izsmash, una de las primeras fábricas en producir a gran escala el AK-47.
El funeral de Estado para Kalashnikov no tuvo la presencia de multitudes que buscaban darle un último adiós, ni jefes de Estado haciéndose selfies o rememorando los logros de sus selecciones de fútbol. Sí tuvo salvas de honor de un pelotón que utilizaba su invención, y las palabras convenientemente emotivas del Presidente Putín, quien aprovechó la ocasión de exaltar los valores del Kalashnikov héroe condecorado de la Gran Guerra, para añadir un rostro de patriotismo a la imagen magnánima que había dado días antes, con la amnistía a las Pussy Riot y a otros 25,000 presos, con motivo del 20 aniversario de la Constitución de la Federación Rusa.
Se atribuye a Kalashnikov el describir su invento con la siguiente frase: he creado un arma simple y confiable. Y es que desde un punto de vista particularmente técnico, el decimoséptimo hijo de una familia de campesinos deportados a Siberia, realizó el sueño de cualquier diseñador. Creo una herramienta confiable, de costo accesible, fácil de usar, de prolongada duración, que funciona bajo condiciones extremas y no requiere de un mantenimiento exhaustivo. Todo un best seller, y un mito dentro de la industria del armamento.
Se calcula que 100 millones de estos fusiles de asalto, en sus distintas versiones, han sido fabricados en los últimos 60 años, dejando un legado de muerte y destrucción, que ha llevado a autores como Larry Kahaner- AK-47: the Weapon that changed the face of War– a describirla como la verdadera arma de destrucción masiva.
La silueta del AK 47, caracterizada por su alimentadora curva, se convirtió en un ícono de la Guerra Fría, y se identificó como el sinónimo de grupos insurgentes izquierdistas alrededor del mundo. Es parte de los escudos nacionales de al menos dos países, y quien haya estado en Managua lo habrá notado en el brazo en alto del monumento al Guerrillero Anónimo, parada casi obligatoria en el semáforo junto a la Catedral Vieja.
Sin embargo, más recientemente y lejos del espectro ideológico del siglo pasado, el AK- 47 será recordada como el arma que usaban Osama Bin Laden, los terroristas que atacaron Bombay en 2008, los niños soldados de todos los conflictos armados de África, y, tal vez de manera más cercana para quienes vivimos en esta región del mundo, como el símbolo del poder y el horror del narco – incluyendo la imagen cautivamente y confusa de la ex candidata a miss Sinaloa que fue abatida por el ejército mexicano en 2012, con un cuerno de chivo en las manos.
En una columna recientemente publicada en El Colombiano, Santiago Silva Jaramillo, señala que no se puede culpar a Kalashnikov ni al AK-47 de haber originado los conflictos en los que esta arma ha sido utilizada. No le falta razón. Al final de cuentas, el género humano ha aplicado gran parte de sus avances tecnológicos y recursos a perfeccionar la industria bélica. Tal vez por eso, el AK-47 seguirá en uso durante mucho tiempo… hasta que se perfeccione una nueva creación más eficiente y barata, que pueda reemplazarlo, en este afán perpetuo de perfeccionar la carnicería.