Justifica mi amor* (III)

Si alguien preguntaba si prefería enseñar en la secundaria, enseñar en la universidad o investigar, decía sin dudarlo que prefería lo último, seguido por lo segundo. Tenía todas las respuestas.

Estaba medio peleada con el magisterio. Por ejemplo, me encabronaba eso de que se estudia para maestro como una forma de evadir “materias numéricas”. Cuando me tocó dar el curso de didáctica de la matemática, a las patojas de quinto magisterio se les paró el pelo al escuchar: “En clase vamos a trabajar diversas formas de abordar temas fundamentales de la matemática en la primaria, pero eso sí, señoritas, para enseñar matemática hay que saber matemática y la que no sepa no va a ganar mi clase. Van a repasar este listado de temas de aritmética los cuales representarán el 40% de cada examen”. Imagino que muchas me odiaron, pero yo era la heroína que iba a salvar a esa promoción de ser maestras de primaria que no saben matemática. Ya no quería cambiar el mundo, pero podía asegurarme de que supieran fracciones. Pagué mi ingenuidad con el dolor de verlas perder la parte de aritmética en mis exámenes. Frustrada una vez más.

Las circunstancias bajo las cuales se desarrolla el hecho educativo pueden ser muy diversas y en este país es muy fácil encontrarse con condiciones más bien desfavorables. Incluso en los mejores casos, las condiciones ideales para la enseñanza no existen. Aprender es un proceso complejo y está condicionado por factores externos y por aspectos individuales. Pretender enseñar es, entonces, un proceso igualmente complejo, donde interviene tu conocimiento, tu experiencia, tu intuición, tu paciencia y dedicación. Eso no te lo enseñan. La idea romántica del maestro indispensable, del maestro mártir y sacrificado, sí. Se aprende sobre “grandes pedagogos”, incluyendo algunos cuyas ideas daban más miedo que ganas. No te dicen que no hay método infalible, que hay que saber modificar la marcha en tiempo real, no importa cuántas planificaciones hayas hecho. Tampoco te cuentan que te harán de menos por las razones más variadas, y eso aplica a la enseñanza en cualquier nivel: que de plano no seguiste estudiando porque no te daba la cabeza, que si sí estudiaste, seguramente eras incompetente en tu profesión y que por eso enseñas. El magisterio se ve como una profesión de segunda categoría, no entiendo por qué. Lo lógico sería confiar la educación a personas inteligentes, rectas y creativas. ¿De qué otra forma podrían encontrar rutas para enseñar a aprender, en condiciones favorables y desfavorables?

En vista de la larga lista de cualidades que hacen al verdadero educador, difícilmente me consideraría una de los buenos. Mi mejor esfuerzo no parece ser suficiente. Una vez leí un libro sobre lo que hacen los mejores profesores universitarios. Retrataban gente admirable y yo me preguntaba ¿a qué hora hacen todo eso? La carga de mirar todo lo que estaba haciendo mal tenía un poder cegador impresionante. De niña canté tantas veces “te han robado el corazón los muchachos en la escuela; ellos pasan tú te quedas, algo de ti llevarán…” que me lo creí completo y luego vi cómo es perfectamente posible que nadie se lleve algo de ti. Me sentía encarnando Tabaquería, “No soy nada, nunca seré nada… …Fallé en todo”. La que no nació para eso, la que esperó a que le abrieran la puerta frente a una pared sin puerta. Chiquillos, jóvenes inalcanzables. Estaba vencida, como si supiese la verdad, tenía todas las respuestas, como dije al principio.

Estaba totalmente equivocada.

Luego la vida te pone encrucijadas. Cuando me vi incapaz de hacer el corte limpio e indoloro y no pude responder de inmediato según mis supuestas convicciones de lo preferible, me hizo clicktodo. Me cayeron encima el montón de años que llevo de ser maestra de una u otra forma y entendí que hay pocos maestros excepcionales, pero mientras uno hace lo mejor que puede, quien está del otro lado sí se lleva algo y te lo hace saber, no con una nota en una prueba, sino de otras maneras. Sabes que has sido maestro el día que estás a punto de lanzarle un zapato a la niña que no ha puesto atención y te pone en apuros cuando te muestra que lo que hizo fue esto:

 

 

Cuando te encuentras una joven a punto de graduarse en la universidad y te dice, como si nada, que fue por ti que estudió ingeniería; cuando se te hace un nudo en la garganta al ver graduarse a “tus chicos”; cuando un niño que ya no va a clases, te manda a decir que te extraña.

La lista es larga. Los maestros importan y su labor es valiosa. Lo ves cuando hay gente que sale con estas pendejadas, a causa o a pesar de su educación. Hay que tener cuidado con lo que se enseña. Importan cuando ves que de uno en uno se puede hacer la diferencia. Sabes que hacen la diferencia cuando estudiantes normalistas resultan tan amenazantes que los desaparecen. Y aun desaparecidos hacen temblar a un país entero y despiertan la solidaridad de los vecinos.

Sí, la lista es larga, y justifica totalmente mi amor.

*Justify my love, canción de Madonna del álbum The Immaculate Collection (1990)

 

 

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