«It’s evolution, baby»

Alguien, tal vez en Rolling Stone, definió a Pearl Jam como un grupo empeñado en destruir su propia fama. En cierta medida, Eddie Vedder y compañía han cumplido esta tarea de manera especialmente eficiente, pues han dibujado una trayectoria contraria a la que predomina en un mundo en el cual las celebridades marcan la ruta de la superficialidad y la magnificación del absurdo.

La escena del grunge de los años 90 del siglo pasado tuvo como uno de sus más insignes protagonistas a esta banda de Seattle. Entre su álbum debut, Ten, de 1991, y Lightning Bolt, de 2013, por Pearl Jam han pasado diversos integrantes, colaboraciones con otros grupos, algún proyecto individual, mucho activismo político y un estilo que se niega a ser etiquetado bajo prácticas comerciales.

Algunos hechos han marcado la vida de esta banda: su negativa a filmar videos promocionales, en parte por la censura recibida por Jeremy en 1992; su litigio con Ticketmaster, compañía a la cual acusaron por prácticas monopólicas en la venta de las entradas para sus giras y con la cual sostuvieron un largo litigio legal; y la tragedia de Roskilde, en la que nueve personas murieron aplastadas por una multitud mientras la banda tocaba.

A eso debe sumarse su postura anti-Bush durante la era posterior al 9-11, que le valió críticas y censura en un medio que no admitía —y todavía no admite— la disidencia y el activismo a favor de la paz, la ya conocida ecuación por la cual las armas de destrucción masiva efectivamente existían en los enormes arsenales iraquíes y por la cual es lo mismo manifestarse en contra de los bombardeos sobre Gaza que lanzar campañas de odio sobre Israel.

Pese a no querer ser recordados por sus videos, en 1999 Pearl Jam presentó Do the Evolution, tal vez una de las más complejas y mejores animaciones hechas hasta ahora. Incluida en Yield e inspirada en la novela Ishmael, de Daniel Quinn, los versos de Vedder «I’m ahead / I’m advanced / I’m the first mammal to make plans…» y la guitarra de Stone Gossard describen una visión fatalista de la evolución humana acompañada de una poderosa animación que describe la sofisticación de los medios con los que nos destruimos. Debo admitir que hace no poco tiempo esta canción fue la inspiración para un ensayo inconcluso sobre los crímenes de odio, proyecto que va en camino de convertirse en utopía y que buscaba entender cómo el odio funciona como uno de los motores de la historia. Ese motor que tiene calibres, mercaderes, y que requiere de una respuesta contundente.

«This land is mine. This land is free.

I’ll do what I want but irresponsibly.

It’s evolution, baby».

Lírica dura para recorrer la avenida de la Reforma un sábado, camino de una piñata —ritual de lo habitual en los primeros años de la relación paternidad-infancia—, de la cual me sacan las quejas que vienen del asiento de atrás. Mi hija mayor gesticula y casi grita: «¡Aj! ¿Podemos escuchar otra cosa?». Al mismo tiempo, el headbanging de mi hija pequeña me hace concebir esperanzas.

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