¿En qué momento vendimos nuestras almas al diablo del mercado? Nos hemos entregado tan ciegamente a él, que ni siquiera somos conscientes de las implicaciones.
Lejos han quedado los tiempos en que los medios diferenciaban el anuncio del contenido en defensa del consumidor. Hoy, las ruedas de prensa de los futbolistas están enmarcadas en marcas publicitarias sin que el espectador pueda hacer nada. Las películas están repletas de contenidos publicitarios ante la mirada comprensiva de los públicos. Las series y los programas televisivos hacen espacios pagados con productos específicos, campañas de concienciación o destinos turísticos.
En fin, lo pagado de lo no pagado se ha diluido tanto, que resulta pueril creer que los medios mantienen cierta ética en defensa de sus consumidores. Simplemente, se ha cedido ante el poder económico, nos hemos acostumbrado y ya nos parece normal.
Por eso, no nos extraña cuando nos llaman compañías de todo tipo ofreciéndonos promociones increíbles. Unas campañas de publicidad, llamadas agresivas, que irrumpen nuestra intimidad, sin el menor reparo. Se basan en la libertad del consumidor para emplear una coacción del engaño, que en muchos países ya está siendo perseguida por la ley como fraude y estafa.
Son muchas empresas las que emplean este tipo de publicidad agresiva para captar clientes. Sirva como ejemplo Access, una compañía de promoción y disfrute de actividades turísticas, que va desde la venta de boletos de avión, hasta proporcionar casas de recreo para fin de semana.
La estrategia de esta empresa se basa en llamar a sus bases de datos, que consiguen mediante alianzas con gasolineras y medios de comunicación, para invitarles a recibir un premio. Se tratan de alianzas que parten de un engaño previo, ya que nadie te avisa que al suscribirte a un medio de comunicación o reportar tus datos en una gasolinera, estos van a ser entregados.
Desde ese momento, el cliente pasa a ser una potencial presa para la compañía promotora. La primera llamada le promete un fin de semana en un sitio de ensueño gratuito. Con esta excusa, le invitan a un almuerzo en donde se le informa de planes de asociación para recibir descuentos en sus viajes y vacaciones. Los planes conllevan un pago de alrededor de Q300. Si el cliente desestima la oferta, cuando pasa a recoger su premio, se le anuncia que el fin de semana gratuito conlleva el pago de, nada menos, US$75 en calidad de impuestos. Además, el supuesto viaje para cuatro personas es para dos adultos y dos niños que no superen los 12 años. Al final, esta invitación para cuatro se reduce a un cuarto de dos camas, por las que uno paga Q600.
Confirmado el engaño, se nos pone la cara de mensos y creemos que solo perdimos el tiempo. Sin embargo, sentimos que fue nuestra culpa por pecar de ingenuos.
Para más escarnio, la empresa, al poco tiempo, nos vuelve a llamar. Nos notifica que, gracias a nuestra visita, hemos recibido un nuevo premio. Nada menos que una membresía gratuita de US$5 mil. Uno, que ya no quiere saber nada de ellos, les pregunta si eso no conlleva ni costo ni charla ni nada. Le dicen que no. Cuando llega a recoger su tarjeta, la historia se repite, nueva charla y la explicación: para llevarse la tarjeta de US$5 mil, tenemos que desembolsar los impuestos de Q4 mil.
Podemos seguir pensando que se trata tan solo de una estrategia mercadológica, cuando la verdad es que es un abuso de la confianza y una intolerable falta de respeto al consumidor. Esta clase de negocios suelen estar respaldados por grandes campañas de promoción destinadas a recaudar la mayor cantidad de efectivo en el menor tiempo posible. Luego, como se tratan de filiales de corporaciones extranjeras, reportan pérdidas y cierran sus puertas. Los que se asociaron se quedan sin su dinero y sin las promesas de vacaciones baratas. Nadie sale en su defensa porque fueron ellos quien libremente se dejaron seducir.