Identidades de resistencia IV: Vecindades y refrescos

Una de las piezas más importantes para fundamentar el estudio serio de los problemas culturales lo constituye el libro: “Interpretación de las culturas”, escrito por el gran académico estadounidense Clifford Geertz.

Quien quiera que haya leído el citado texto,  no podrá dejar de hacer referencia al caso (polémico y a la vez interesante) sobre la pelea de gallos en Bali.  En su recorrido de campo en Indonesia, Geertz revoluciona el concepto de cultura hasta antes manejado entre los antropólogos; la definición Tyloriana: Cultura es un todo de significación trascendente. Para el buen Clifford, cultura será (ahora) las redes de significación;  fundamentalmente su enfoque es semiótico: Todo, toda la producción abstracta e inmaterial del hombre (así define Linton la cultura) tiene ahora un componente semiótico.  Y en ese sentido, entonces el reto del antropólogo (o del etnólogo) es descifrar las redes de significados que tienden a expresarse en comportamientos concretos (Esto incluye la teatralización del espacio, la dramatización de los comportamientos y la ritualización de las  relaciones).

Geertz levantó revuelo al referir que existía una forma de  Indonesidad  en la pelea de Gallos. Indonesia, durante los años sesenta del pasado siglo XX, era una sociedad profundamente jerarquizada, dominada por un estamento militar islámico que debía mantener el orden en diferentes grupos religiosos. Geertz nota que, en el contexto de la pelea de gallos, dichas diferencias parecen desaparecer, se diluyen: hombro a hombro, sujetos de diferentes extractos y estatus social pueden encontrarse en un espacio fundamentalmente común.

La academia mesoamericana ha intentado realizar el mismo tipo de análisis.  ¿Dónde radica la esencia de la Guatemalidad? ¿O de la Mexicanidad? Por algún tiempo se afirmó que la tienda de abarrotes (la caseta metálica, pintada del color de una bebida carbonatada,  con un fondo negro, sin barrotes de por medio y donde por lo general se ´daba fiado´) representaba un entorno que personas de diferentes contextos podían referir cómo una experiencia común. Izquierdas suaves (siguiendo la definición de Almond), pienso en Monsiváis, quien afirmó que la pulquería mexicana tendría ese mismo componente.  Probablemente el vitalismo de Leopoldo Zea sería más atingente para proveer argumentos filosóficos de peso, pero por un momento, esta suerte de academia ´estirable´ nos permite tratar de encontrar rublos de significación materializados en algún tipo de experiencia concreta. 

Por eso resulta interesante que a través de la caja idiota (cómo Monsivaís llamaba a la televisión) la identidad mexicana (claramente un concepto artificial) haya podido nutrirse de entornos cómo la trilogía cinematográfica de ´Nosotros los Pobres´ o  Chespirito. En el fondo, aparece un nuevo concepto de reflexión identitario: La Vecindad.  Cómo componente de reflexión y representativo de varios colectivos,  dará inclusión no solamente a las clases bajas urbanas mexicanas,  sino además a la dinámica entre ricos y pobres, inmigrantes y locales, diversos e iguales…. Al final,  produciendo una suerte de ´comunidad ´ que permitía satisfacer la mayoría de sus necesidades básicas. 

Esta unidad conceptual de La Vecindad en el trabajo de Chespirito, permitió que la realidad de las vecindades dejara de ser invisible, y además de hacer reír, permitió mostrarle a todo un continente que la bondad y lo Bueno (cómo absoluto) era la característica de los pobres: El acto de compartir lo poco entre los pobres producía el milagro de alimentar a los muchos (como en la historia de la multiplicación de los panes y los peces);  la solidaridad con el otro que sufre, la ayuda con aquel que tiene carencias… por donde se vea,  la lógica cultural de la vecindad supo construir una identidad mexicana que giraba en torno a un concepto público, lo que es de todos: La vecindad pública. 

Por eso, visto desde fuera, la publicidad en la campaña Guatemorfosis (con los colores y el estilo de un refresco carbonatado) pueda parecerle extraña –sobre todo– al extranjero.  Para el guatemalteco urbano el análisis no pasa de la epidermis debido a los valores positivos que promueve.

Pero de fondo, (pensando como Geertz ) y desde afuera, la pregunta es ¿ Si el acto de consumir un refresco carbonatado (bastaría con el simple punto del consumo) es la representación de toda una identidad colectiva? En tal caso, sería una identidad colectiva que es fragmentada,  dominada por la falacia de ver ´lo privado´ como lo mejor y carecer –en totalidad–  de un espacio que alejado de marcas, sin precios y sin logos comerciales pueda llamarse realmente lo público: Lo de todos.  

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