Hoy en la historia de la mafia

Nueve días atrás, hace 14 años, falleció John Gotti, quizá el gánster ítalo-americano más mediático del siglo XX (incluso por encima de Alphonse Capone).

Gotti fue la representación perfecta de lo que todo estadounidense esperaba de la mafia: trajes de $5 000, corbatas de $200, zapatos de $1 000 (hechos de cuero de venado), peinado perfecto y bronceado mandado a hacer. Durante las décadas 1980 y 90, todos los noticieros esperaban la transmisión de las cinco de la tarde para entrevistarlo mientras caminaba hacia su club social, ubicado en el corazón de la famosa Little Italy, en Manhattan. Su frase preferida era: «Sure! I’m a gangster, but can you prove it?».

Gotti convulsionó a la sociedad estadounidense cuando apareció en la portada de la revista Time. En ese momento, el Gobierno federal estadounidense decidió que la estrategia frente al crimen organizado debía cambiar, pues, cuando un gánster es el hombre del año en una de las revistas más leídas del país, algo está mal. (Usted puede encontrar aquí una fotografía digital de dicha revista).

El reinado mediático de Gotti (el primer jefe de ascendencia napolitana de una mafia de conformación siciliana) concluyó gracias al testimonio de su segundo de abordo, Salvatore Gravano, quien decidió convertirse y hacerse un testigo protegido o pentito (arrepentido), como lo llaman en Italia. En Guatemala le decimos a esto colaborador eficaz, por cierto. En el caso de Italia fue Tommaso Buscetta —no el primer pentito, pero sí el primer arrepentido cuyo testimonio marcó un punto de quiebre—. El juez antimafia Giovanni Falcone pasó más de 14 horas dialogando con Buscetta para comprender a fondo lo que eran la mafia y sus procesos internos. Falcone llegó a decir: «Para aprender turco necesito a un turco. Para entender la mafia necesito que la misma mafia se explique». Y Falcone la entendió a tal punto que logró encarcelar a más de 300 mafiosos en el famoso Maxiprocesso. Esta famosa fotografía del juicio sumario muestra a algunos de los capos regionales de la Cosa Nostra siciliana por primera vez encerrados como animales de circo.

Pero, volviendo a Gravano, fue este sujeto quien en realidad introdujo a los ciudadanos estadounidenses en un debate muy complejo respecto al rol que juegan los testigos protegidos. Gravano se declaró culpable de 19 homicidios y, a cambio de su testimonio (que le valió a Gotti la cadena perpetua), recibió una sentencia de cinco años para luego ingresar en el programa de testigos protegidos del FBI. Y luego de abandonarlo escribió su libro, se reubicó en Arizona y continuó delinquiendo. Hoy está de nuevo en prisión. Pero a lo que vamos es a que esta figura jurídica genera en determinados contextos una discusión profunda y necesaria sobre la moralidad del sistema judicial. A diferencia de México, claro, donde también el sistema de testigos protegidos funciona, pero nadie parece discutir sobre la importancia de este mecanismo[1].

Sí, en Estados Unidos, concretamente la sociedad mafiosa (amigos y familiares de los sujetos procesados) construyeron campañas de desprestigio contra el FBI por su utilización del testigo protegido, para lo cual argumentaron fundamentalmente que la calidad moral de estos sujetos los hace del todo impresentables e incapaces de ser las piezas centrales en procesos judiciales. Construyeron campañas negras con el argumento de un discurso antiitaliano por parte del FBI por su utilización de testigos cuestionables. Incluso los mismos medios entraron en este juego. Puede revisar aquí la portada original del Daily News que presenta a Gravano como una rata, ya que una rata hace cualquier cosa por sobrevivir.

¿Por qué los medios estadounidenses se montaron en una campaña de desprestigio de la figura del testigo protegido? Porque a veces las agendas parecen no comprenderse. Incluso en la tierra de la libertad.

En efecto, la figura del testigo protegido es polémica, pues el sistema debe operar con base en la credibilidad de un criminal. A veces ese criminal recibe beneficios específicos. Una sociedad abierta y democrática puede cuestionar —en efecto— esta situación. Y debe quedar claro: tanto Italia como Estados Unidos como Colombia pasaron por ese necesario debate. Pero también es cierto que los procesos de combate del crimen organizado construyen la evidencia fundamental con base en distintos elementos provistos, en los que todo el testimonio del pentito es siempre revisado y corroborado por la parte acusadora, pues, en el fondo, lo fundamental de todo caso es lograr probar el acto de la conspiración criminal.

Como se puede ver, los procesos de combate del crimen organizado, ya sea un cartel, un clan mafioso, una familia mafiosa o un partido político que opera como estructura criminal mafiosa, producen procesos sociales que expresan regularidades concretas. Y replican debates que a estas alturas ya sabemos cómo terminan: el FBI no tenía una agenda oculta contra los ítalo-americanos, pero sí contra los delincuentes, que en este caso eran de origen italiano. La Cicig no tiene una agenda oculta para destruir a ningún sector de la sociedad guatemalteca o para crear un régimen de terror: excepto para quienes andan metidos en mierdas.

 


[1] En la película Savages, con Salma Hayek, algunos de los consultores eran narcotraficantes mexicanos vinculados al cartel de los Arellano-Félix o de Tijuana, que habían estado bajo el programa de testigos protegidos del Gobierno federal mexicano.  A veces el crimen paga.

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