Recientemente se ha hecho público el Informe Mundial de Felicidad 2022, que ubica a Costa Rica como el país latinoamericano más feliz (en el puesto 23), seguido por Uruguay, Panamá y Brasil (en los puestos 30, 37 y 38 respectivamente). Guatemala es, según la encuesta, el quinto país más feliz del continente, en el puesto 39. La metodología de medición considera 6 factores fundamentales para construir el indicador: el PIB per cápita, el apoyo social, la esperanza de vida saludable, la libertad, la generosidad y la corrupción, siendo los valores más altos para Guatemala los que corresponden a los dos primeros: el producto interno bruto y el grado de apoyo social existente.
La medición sobre el bienestar no deja de sorprender: aparentemente, no hay una correlación directa entre las condiciones materiales de la sociedad y la percepción de felicidad que percibe la ciudadanía, lo cual indudablemente abre el debate sobre qué sustenta dicho sentimiento de bienestar. Así, países con mejores índices de desarrollo como México, Chile y Argentina en Latinoamérica, o Japón, Corea del Sur o Rusia, tendría menores niveles de satisfacción que los habitantes de Guatemala, aspecto que no deja de sorprender, especialmente porque tal medición choca con la percepción mayoritaria de los analistas, quienes en general tendemos a pensar de forma más crítica sobre la realidad de nuestro país.
Guatemala es, según la encuesta, el quinto país más feliz del continente
Una primera línea de argumentación plantea que el sentimiento de bienestar que mide el informe se sustenta fundamentalmente en la capacidad de tomar decisiones libres, aspecto que se sustenta fundamentalmente en las redes sociales de apoyo que existen en la sociedad. Así, John Heliwell, uno de los responsables del informe, pone el acento en «la capacidad de cuidar unos de otros, de tener alguien con quien contar en malos momentos o la libertad para tomar tus propias decisiones». Desde esa perspectiva, se entiende claramente por qué Guatemala se ubica en ese puesto: las redes de solidaridad son fuertes y muy efectivas, tal como lo demostró por ejemplo las largas jornadas de alimentación que protagonizó la olla comunitaria Rayuela en el centro de la ciudad capital en el 2020, aspecto que también es muy evidente cuando han ocurrido los desastres naturales como la erupción del volcán de fuego en el 2018, o los huracanes Iota y Eta en el 2020.
Una segunda hipótesis tiene que ver con el concepto de resiliencia, aspecto que ha sido retomado desde hace varios años por diversos proyectos de desarrollo en Guatemala. En 2017, tuve la oportunidad de participar activamente en uno de ellos, fruto del cual se publicó un informe temático que intentaba teorizar la utilidad y el alcance de dicho concepto. La conclusión de tal ensayo era que la resiliencia, entendida como la capacidad de los individuos como de las comunidades para enfrentar sus adversidades y superar los problemas del entorno, tiene dos acepciones claramente diferenciadas: la vertiente positiva, que enfatizaría esa voluntad férrea por salir adelante, transformando las adversidades en oportunidades para la superación personal y colectiva; mientras que la vertiente negativa simplemente enfatizaría la simple adaptación resignada a los problemas, sin la posibilidad real de transformar ese entorno amenazante y/o problemático.
Desde esa segunda perspectiva, la de un Estado que se encuentra de espaldas a la sociedad, es que se debe entender lo que dice el informe
La diferencia entre ambos aspectos estaría íntimamente relacionada con el entorno institucional y político circundante: en condiciones en las que el Estado se visualiza como un factor de apoyo, las redes comunitarias y de solidaridad pueden contar con el soporte de las instituciones públicas para ampliar el alcance de las intervenciones comunitarias, de manera que hay un horizonte de posibilidad real para la transformación del entorno. Lamentablemente, lo opuesto parece ser lo que explica la realidad de Guatemala: instituciones políticas y sociales que lejos de conectarse con los anhelos de la ciudadanía, se perciben como francamente amenazantes y limitantes del desarrollo personal y comunitario, por lo que las personas y comunidades han aprendido a valerse por si mismas para enfrentar sus adversidades.
Desde esa segunda perspectiva, la de un Estado que se encuentra de espaldas a la sociedad, es que se debe entender lo que dice el informe de felicidad mundial 2022 sobre Guatemala. Solo así se entiende que habiendo tantos problemas en nuestro país, los ciudadanos puedan sentirse satisfechos del entorno: lo más probable es que los guatemaltecos saben que frente a las adversidades, encontraran las redes de solidaridad y apoyo que les ayudarán enormemente a minimizar sus problemas.