Una negociación de regalías que deja más preocupaciones que señales efectivas. Una propuesta de reforma fiscal que no pretende reducir las asimetrías de nuestra estructura social y económica, pero ofrecerá recursos frescos y prontos para sacar la cabeza del agua.
Una alianza en el Congreso, que aunque amarrada con hilos delgados, ha permitido dar la impresión de avalar decisiones que dan oxígeno a los nuevos gobernantes. Se aprueba el Ministerio de Desarrollo Social, la adhesión al Pacto de Roma. En medio de cuestionamientos dispersos, la bancada oficial tiene un beneplácito que le sirve para navegar los primeros tramos sin mayores problemas. Luna de miel con una duración que dependerá de los enamoramientos permanentes.
Los órganos de justicia no se quieran quedar atrás. Dejan sin efecto condenas a muerte para generar simpatías en materia de Derechos Humanos. Se enjuicia a Ríos Montt mediante una acción gallo-gallina (se le procesa por varios genocidios, pero se le deja bajo arresto domiciliario).
Miles de jóvenes que suben a un volcán para denunciar la violencia intrafamiliar, muchas voces que se quieren sumar a la lucha en favor de la seguridad alimentaria. Señales de un despertar colectivo, aunque no queda claro si se trata de catarsis colectiva convertida en activismo momentáneo que dura lo mismo que la espuma de la cerveza.
Esta sumatoria de eventos tiene un significado profundo: expresiones de positivismo mediático que quieran dar a entender que una nueva etapa se ha inaugurado, que niega nuestras profundas contradicciones, e impulsa a subirse a una nave donde no se sabe quién la maneja, ni cuál es su destino; pero que no presenta opciones. Respuestas superficiales y dispersas, que generan falsos imaginarios. Parece prevalecer la “necesidad” de asirnos al primer algo que aparece por delante. ¿Podrán esas energías catalizarse hacia objetivos mejor definidos? ¿Hay condiciones para ese salto? ¿Nos interesa apostar por gradas de mayor tamaño?