Estudiantes universitarios: entre el olvido, la apatía y el regreso

El estudiante universitario, guatemalteco por coincidencia, se enfrenta todos los días a la adversidad.

Por una cuestión de acceso a medios que permitan mayores facilidades, algunos tienen menos problemas que otros para cumplir su rutina. Sin embargo, ninguno se salva del desorden urbano que impera en la ciudad. El desorden es esa raquítica forma de vida que hace de lo trascendental un elemento irrelevante en el día a día de las personas.

Al estudiante universitario del primer quinquenio del siglo XXI le preocupa más superar el congestionamiento para llegar a tiempo a la u y anotarse en la lista de asistencia que exigir una educación universitaria de calidad. Ruega en silencio que el catedrático no deje documentos difíciles para leer o que la tarea sea fácil para darle copy-paste. Pero, curiosamente, también es el mismo estudiante que sobresale por su desempeño en el trabajo, que explota al máximo sus habilidades en sus círculos sociales o que saca buenas notas por su acertada estrategia de estudio.

Administrar las contradicciones es una adversidad constante en la vida universitaria. Superarlas colectivamente y hacer un balance hacia lo positivo era y debería ser una tarea de las asociaciones estudiantiles: velar por una relación estable y productiva entre profesores y estudiantes, luchar por mejores condiciones en la academia y posicionar demandas en la vida política del país acompañando las causas de la población e impulsando propuestas para solucionar sus problemas. Para Oliverio Castañeda de León, el punto máximo de la agenda de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) era lograr una educación al servicio del pueblo y que respondiera a los intereses de la formación del estudiantado guatemalteco. El 22 de mayo enarbola muchas emociones. En el día de los estudiantes universitarios se conmemora la fundación del máximo ente de organización estudiantil de la historia política del país —la AEU— y recuerda a los líderes estudiantiles que fueron asesinados por el poder al que enfrentaron.

Algo muy bueno de Oliverio era que allá por 1978 estaba convencido de la necesidad de unir a los estudiantes de las diferentes universidades al movimiento estudiantil. No fue sino hasta el 16 de mayo de 2015 cuando uno de los sueños de Oliverio comenzó a gestarse con el surgimiento de la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala (CEUG), cuyo nacimiento ha levantado pasiones, exigencias, críticas y esperanzas. En los últimos días se ha puesto a la CEUG contra la pared de la historia: se la ha criticado y juzgado con criterios de evaluación que encajan más para organizaciones que han tenido un largo recorrido en el medio. Tales criterios no son por eso inválidos, pero sí desmedidos si se trata de ser certeros.

Hay que considerar al menos cuatro puntos básicos. Primero, muchos de los estudiantes que integraron la CEUG nunca se habían organizado alrededor de una agenda política, y mucho menos en plena crisis nacional. Pedirle al catedrático que respete el derecho de revisión de examen de un estudiante no es lo mismo que sentarse en una mesa con actores políticos, académicos y líderes sociales a examinar la crisis y crear una ruta de acción. Segundo, era la primera experiencia urbana de organización entre integrantes de diferentes universidades, que habían estado enfrentados por prejuicios de clase, ideológicos y culturales. Es una experiencia que recién cumple un año. Tercero, si algo hizo muy bien la guerra, ello fue desarticular la capacidad y la herencia organizativa del movimiento estudiantil. Hay un déficit que no ha sido superado porque, por muchos años, en la USAC, la más experimentada en organización estudiantil, muchos de los espacios de representación estudiantil han estado cooptados por grupos delictivos. Y cuarto, si bien algunos integrantes de la CEUG habían sido elegidos como representantes estudiantiles en sus universidades, ninguna de las organizaciones estudiantiles que la conformaron tenía una figura institucional y, por tanto, tampoco una estructura que garantizara la participación en diferentes unidades organizativas ni la representatividad para elegir a líderes y representantes estudiantiles. Pero fueron las únicas que respondieron a la crisis política desde la unificación de los estudiantes universitarios, desde el hastío y desde el deseo de cambiar.

Para historias viejas, memoria fresca. Para grandes sueños, pasos cortos. Para críticas agudas, visión flexible. Ningún movimiento estudiantil nació con la fuerza que después adquirió al dar sus pasos en los momentos críticos de la historia. Pedirles a los estudiantes que participaron en la CEUG la experiencia y la efectividad para consolidar los procedimientos necesarios para convertirla en la cabeza del movimiento estudiantil es muy ambicioso y a la vez muy injusto. Sabremos qué fue la CEUG en sus inicios y cuáles fueron sus proyecciones hasta dentro de algunos años. Por algo los historiadores insisten en que hay que tener cuidado cuando se analizan los acontecimientos sociales en caliente. Lo prudente, aunque cueste, es dejar una considerable distancia crítica y temporal.

Si van a definir a la CEUG por su carácter y sus batallas, no busquen en el 2015. Esos días solo marcaron el inicio. Lo mejor está por venir. Por lo pronto, la CEUG seguirá avanzando ante los ojos de los que pensaban que la organización estudiantil estaba muerta, ante el asombro cascarrabias de los que le exigen cambios abruptos a un movimiento que está en pañales, frente a los que buscan en la ideología un argumento detractor para desvalorizar los pasos que se han dado, por la recuperación de la esperanza de aquellas personas decepcionadas que dejaron de creer en los estudiantes universitarios. Volveremos a ver la AEU y veremos el movimiento estudiantil unificado, administrando contradicciones, posicionándose en la vida política, avanzando hacia la dignidad, de la mano de los movimientos sociales y de las personas que quieran intentar una vez más que en este Estado quepamos todos.

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