Erick Barrondo, la historia de un héroe inesperado.

“Me voy a sentir el hombre más feliz del mundo si alguien deja el cuchillo o el arma y lo cambia por un par de zapatos para dedicarse al deporte”,
Erick Barrondo, Medallista Olímpico

Es una mañana de sábado, y como cosa rara, estoy en casa, disfrutando de un breve receso, ya que durante muchos fines de semana había tenido la responsabilidad de impartir clases enla Universidad.Derepente, el teléfono vibra, al recibir un mensaje de texto: mi hermana me comunica la noticia que sería la nota principal de por varios días: un atleta guatemalteco ha ganado por fin, una medalla olímpica.

Me apresuro a encender la televisión, y me entero de que un muchacho llamado Erick Barrondo ha ganado la medalla olímpica. Me regocijo solitario del triunfo, e inmediatamente me conecto a las redes sociales: una avalancha de felicitaciones tapizan el ciberespacio. Es la locura general.

Unas horas después, ya pasada la euforia, los detalles sobre la vida del héroe inesperado empiezan a ser compartidos en la red: la lesión que lo obliga a dedicarse a la marcha, los sacrificios que ha tenido que realizar, el apoyo a medias que ha recibido, las promesas de un político local que no se han cumplido, el retorno solitario que emprende, luego de su triunfo en los Juegos Panamericanos del 2011.

Me fijo en la apuesta que había realizado la prensa y la sociedad antes de Londres: la figura dominante era la de una joven de 16 años; paradójicamente, la atleta que fue el centro de la atención regresa en la penumbra, con la noticia que piensa retirarse tempranamente de dicha disciplina deportiva. La combinación de la presión mediática con los resultados probablemente fueron devastadores para la chica. En cambio, como Erick ha llegado de forma callada y sin presiones, su triunfo toma por sorpresa a todos; justo por eso, se saborea de forma diferente: es fruto del esfuerzo en solitario y del amor verdadero a Guatemala.

Empiezo a leer los diarios, los comentarios en la red, las discusiones de los diversos columnistas, y descubro con asombro que las opiniones se dividen entre quienes quieren aprovecharse del triunfo del muchacho para “jalar agua para su molino”, los que discuten la forma de retribuirle el esfuerzo al atleta, y quienes empiezan a recordar la falta de apoyo y la deficiente estructura deportiva y cultural que posee Guatemala. La alegría ha pasado a segundo plano: la señal de la división marca nuevamente el escenario nacional. Con o sin razón, eso demuestra que el signo de la división marca nuestro país, aún en los momentos de alegría.

En medio de la polémica, escucho con atención las palabras de Bernardo Barrondo, el padre del héroe, al anunciar que no irá a Londres a felicitar a su hijo. Sus palabras me llenan de un inusitado fervor patrio: “Es cierto que mi hijo no recibió el apoyo que necesitaba, pero eso ya es cosa del pasado. Hay que enfocarse en el futuro”. Sabias palabras llenas de humildad, de sabiduría y de reconciliación.

Me sorprende aún más el espíritu del mismo atleta: luego de tantos desprecios, de tantas promesas falsas, de tanta pobreza que le rodea, está de pie ante su patria, y en vez de ofrecer palabras de reproche o de odio, expresa palabras de reconciliación y de esperanza:

«En Guatemala hay violencia y yo sería feliz si después de esto alguien deja el mal camino y se pone a practicar deportes».

¿Qué se puede decir cuando uno encuentra un alma tan grande, tan noble, tan fuerte? Tan sólo que se ha escrito una de las páginas más grandes de esta sociedad acostumbrada al fracaso, a la violencia y a las malas noticias.

 

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