Ensayos para la destrucción

Led Zepellin con «Imigrant Song» en los audífonos mientras camino sin prisa.

El centro de Xela me regala algunas fotografías dramáticas del atardecer.  Las calles empedradas que trepan por las colinas, casonas antiguas de apariencia venerable y portones que crujen con el peso de los años, me transportan a otros centros históricos de ciudades como Quito o Bogotá, en las que también se producen esos silencios que se tragan el caos del tráfico y el bullicio de gente que vuelve a casa luego de la jornada de trabajo.

Mientras empiezo estas líneas, el mundo parece estar de regreso a ese punto en el que mi abuelo, sastre de profesión, se encontró con una guerra de grandes proporciones a la salida de la de la gripe española. Con las obvias diferencias de que la pandemia del COVID19 no ha acabado, y nos ahorramos el paso por el desenfreno de los locos años veinte.

La pandemia y esta guerra están cambiando el mundo que conocemos

La amenaza de una guerra nuclear fue lanzada por el ministro de Exteriores ruso, como una respuesta frente a las sanciones económicas. Los resultados de lo que muchos juzgan como errores en el cálculo de la respuesta frente a la invasión de Ucrania, son evidentes. El mismo Lavrov admite que jamás pensaron que las sanciones fueran a alcanzar a deportistas, intelectuales, artistas y periodistas

Seguramente en el análisis de riesgos del Kremlin se esperaba una respuesta semejante a la de la crisis de los Sudetes, uno de los mayores fracasos que se pueden recordar en la historia de la diplomacia occidental, que negoció con Hitler el futuro de Checoslovaquia, sin que ese país estuviera presente.

Por esos mismos años, Stalin (al que Neruda le componía poemas) vaciaba los graneros de Ucrania, desencadenando una de las hambrunas más crueles y devastadoras jamás conocidas: el Holomodor.  Hay quien se cree que  un hecho como ese no deja huellas permanentes en la historia de una nación.

Sin embargo, la unidad y el apoyo frente a la invasión conoce un límite: el de quienes, en un arrebato de intelectualidad o de militancia de izquierda, pretenden montar la teoría de los dos demonios y que la invasión fue la única solución posible que Occidente le dejó a Rusia frente a un régimen neo-nazi.

El aparato de mentiras y noticias falsas opera desde Twitter y el progresismo de esta parte del mundo lo replica

El aparato de mentiras y noticias falsas opera desde Twitter y el progresismo de esta parte del mundo lo replica, porque en momentos como este, el autoritarismo llama a sus fieles, y estos responden. Todo un acto de fe, que se parece al escenario descrito en las primeras estrofas de Symphony of Destruction de Megadeth: «take a mortal man and put him in control/ Watch him become a god /Watch peoples heads a ‘roll/ A ‘roll, a ‘roll»

Hace una semana mi amiga O salía de Kiev en su auto, con sus hijos y algunas pertenencias camino de Polonia. Ella ha alcanzado la frontera y está a salvo. Otros muchos no lo están, mientras la maquinaría de guerra sigue en operación, el espacio para la diplomacia se reduce y los vocablos bélicos suben de tono apresuradamente. Para bien o para mal, la pandemia y esta guerra están cambiando el mundo que conocemos. Y lo que viene es incierto. La única certeza puede venir de las palabras de Max Boot en su editorial de hace unas semanas en el Washington Post: los dictadores no se disuaden por desenmascarar sus mentiras.

Autor