En la soledad del poder: la paradoja del caudillo

En plena época electoral, los ciudadanos guatemaltecos nos vemos sometidos a un desgastante, repetitivo y poco serio desfile de imágenes, canciones y promesas que solo buscan convencernos de que cada candidato presidencial es la opción para sacarnos adelante como país.

Sin embargo, el detalle que faltaba es que ninguno se toma la molestia de explicar cómo va a cumplir su “lista” de regalos de Santa Claus.

Lo más preocupante es que en el análisis más detallado del discurso y de las promesas, se puede encontrar en cada candidato un ego tan grande que presupone que si nosotros, pobres mortales, no los elegimos, caerá el “fuego” de la desgracia y se hundirán irremediablemente todas nuestras esperanzas.

Que los candidatos se crean los “salvadores” prometidos no es de extrañar, porque están al frente de un grupo de colaboradores que necesitan sentir que están haciendo la diferencia. Lo preocupante es que la ciudadanía lo crea y, sin mayores exigencias, termine votando “por el menos malo” o por el candidato que tiene posibilidad de derrotar al que consideramos el “peor de todos”.

La paradoja del caudillo, entonces, es que genera mucha más antipatía que adhesión incondicional, por lo que buena parte del apoyo proviene de los enemigos que se convierten en aliados coyunturales, porque hay otro candidato “mucho peor” al que, definitivamente, jamás le daríamos nuestro voto. Eso significa que el caudal electoral que permite que un candidato gane la Presidencia proviene en su mayoría no un voto de convencimiento, sino de una opción estratégica para evitar que algún partido considerado nefasto, pueda alcanzar el poder.

Para demostrar esta lógica parcial, perversa y repetitiva, solo dese una vuelta por las redes sociales, o ponga atención a lo que dice la gente en la calle: se expresan igualmente de mal de Otto Pérez, como de Sandra Torres, como de Manuel Baldizón, candidatos del primero, segundo y tercer lugar, según las encuestas. En cambio, muy pocos se atreven a defender, pública, abierta y vehementemente, a quienes han elegido para votar. Y si lo hacen, después de forma predecible, llegan a formar parte de los funcionarios del nuevo gobierno, demostrando, entonces, que tal “apoyo” era más interesado que real.

El otro razonamiento común es el mito del “voto útil”: no se quiere votar por un candidato sin opciones reales, y mucho menos, la posibilidad de emitir un “voto” de rechazo y castigo a todo el sistema, al anular deliberadamente la papeleta. Claro está, los que mantienen este sistema bajo esas paradojas irreales nos hacen creer que no, que el elegir sinceramente o anular mi papeleta es un voto de desperdicio. No se ponen a pensar que es más desperdicio elegir una opción para intentar que un partido o candidato, al que nos oponemos vehementemente, pueda alcanzar el poder: ni elegimos conscientemente ni evitamos que el candidato llegue.

Así votamos, por ejemplo, para evitar que llegara Alfonso Portillo en 1995, pero no evitamos que ganara en 1999. Lo mismo pasó con Oscar Berger en 1999, cuando muchos votaron para que no llegara al poder: de todas formas, ganó en 2003. Lo mismo le ocurrió a Otto Pérez en 2007: el voto estratégico evitó que llegara en ese año, pero parece que no lo evitará en 2011.

La “maldición” de que el partido gobernante, o aquella imposibilidad de los partidos que han hecho gobierno, pueda tener de nuevo un caudal de voto aceptable —le pasó a la DCG, al MAS, al PAN, al FRG, a la Gana y ahora probablemente a la UNE— se manifiesta justo en que la mayor parte de los votantes han buscado afanosamente “votar por el menos malo”, en una entendible pero nefasta lógica que construye mayorías efímeras e ilusorias.

El primer problema para el caudillo ganador, entonces, es que ahí empieza un largo camino de “empacho” del poder que le impide ver la realidad del país, embarcándose poco a poco en un largo viaje de fantasías que le convencerá de que realmente ha hecho algo bueno por Guatemala. Lo malo para ellos y sus seguidores, es que las elecciones siguientes les demuestran fehacientemente que aunque los guatemaltecos sigamos atrapados en lógicas perversas, no somos tontos y no nos engañan dos veces. Al menos, ¡no dos veces seguidas!

La segunda paradoja del caudillo es que la distancia y el olvido convencen a los inexpertos y a los que desesperadamente buscan creer en algo, de que cada caudillo pasado realmente hizo algo bueno por Guatemala: esa es la esencia del “retorno” de una larga lista de políticos de la vieja guardia, empezando por los más conocidos: Vinicio Cerezo, Álvaro Arzú y Alfonso Portillo, ejemplo que ahora quieren imitar los “aprendices” de caudillo: Otto Pérez, Manuel Baldizón y una larga lista de políticos que quieren recorrer el mismo camino.

He oído a muchos decir que Guatemala carece de un liderazgo que nos saque adelante. Yo más bien pienso que ya tenemos demasiados liderazgos, demasiados “hombres notables” que, lejos de ponerse de acuerdo los unos a los otros, nos siguen dividiendo, nos siguen vendiendo “espejitos” e ilusiones y, por lo tanto, siguen enfrentándose unos a los otros. El resultado: pese a que todo cambia, en el fondo todo sigue igual. Bien lo dice el dicho: divide y vencerás.

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