Así es como muchos políticos a cargo de gobernar el país durante cuatro años se manejan en su tiempo libre en sus despachos. Su público y la opinión pública les piden resultados tangibles a corto plazo para ganar aprobación (lo que más tarde se traduce en votos). Y eso hacen, pensar en lo urgente porque no hay tiempo (ni voluntad ni intención) para lo importante.
En un país como éste, lo urgente siempre estará omnipresente. Siempre habrá excusas para no entrarle a lo importante porque habrá cosas urgentes qué atender. Lo urgente es la coyuntura, el día a día, problemas urbanos y capitalinos, los problemas que critica la prensa tradicional, como el robo de celulares o la corrupción. Lo importante, en cambio, es lo que se cuaja entre las estructuras y la historia, lo que para su comprensión requiere mucho más que leer los diarios; requiere comprender la historia (no la de memorizar fechas y nombres, sino la de comprender críticamente procesos), el devenir y la construcción del Estado guatemalteco.
Lo urgente es eso que se remedia con ciertas medidas y reformitas que logran callar los reclamos (también conocido como apagafuegos). Y no es que en realidad no sea importante, sí lo es; son situaciones que están socavando la dignidad de muchísimas personas y acabando con vidas a diario. Pero son puntas de icebergs de problemáticas mucho más grandes. Lo importante, en cambio, es eso que pasa por revisar las bases y las estructuras (lo que incomoda a algunos cuantos) que sólo se puede concebir a largo plazo.
Me recuerda a aquel juego de feria en el que con un martillo hay que apachar las cabezas de los topos que van apareciendo, lo más rápido posible. O como andar matando hormigas por todos lados en una casa, mientras que ¡cuánto más inteligente sería si en vez de hacer lo más fácil –que es matar a cada hormiga que tenemos enfrente-, hiciéramos una investigación, buscáramos el hormiguero y le echáramos un buen veneno!
Las políticas a largo plazo no traen jugosas negocios ni son agradecidas en las elecciones, pues no muestran resultados inmediatos y por lo tanto, no son marketinizables. Frente a la presión de la población (junto a otros factores como la falta de voluntad o el cinismo), los gobiernos ofrecen medidas a corto plazo que muestren resultados que se puedan publicar en la prensa, en mupis y espacios televisivos, para que se mire que sí han hecho algo.
Cuando se prioriza lo urgente sobre lo importante, terminamos viendo medidas como la que acaba de entrar en vigencia para supuestamente combatir “la violencia” (específicamente la de los motorrobos de celulares): un acuerdo gubernativo para poner chalecos naranjas a los motoristas. Tampoco se hace sacando más policías a las calles –acompañados de militares- cada vez que los ministros de gobernación y defensa están de humor. Se trata de políticas a largo plazo que posibiliten niveles de vida dignos, garantías a la educación, a la salud, al trabajo, etc. que cambien las bases sociales y económicas.
Pero bueno, al fin y al cabo, ¿quién va a invertir tantos millones en su candidatura a la presidencia o a una diputación para llegar a pensar en políticas a largo plazo que no le va a traer votos ni negocios, cuando además el tiempo de la guayaba y el hueso es tan corto?