No somos expertos en medicina, ingeniería, economía o religión. Nadie posee la verdad, dicen los seguidores de la incertidumbre. Tienen razón, estamos ante una realidad de verdades y no de Verdad. Pero eso no justifica la impasividad social ante la injusticia.
En la sobreutilización del valor como algo digno a tener en cuenta, cabe decir que la fundamentación de principios guías para nuestras acciones es una necesidad moral. Estos principios guías se enraízan en el conocimiento esencial del ser humano, sus circunstancias sociales y el medio ambiente en el que se desenvuelve. Las ciencias humanas tienen aquí un papel fundamental en el esclarecimiento de las verdades.
No podemos dejar que otros establezcan estas verdades a su antojo, sin el rigor profesional de las ciencias humanas. Esto se extiende a establecer parámetros en todos los ámbitos de la actividad humana, pero si en uno es importante es en el que rige la administración del conjunto social. La política no puede ser un saber ajeno y distante al conocimiento general. Es una contradicción en sí misma que los tecnócratas se empeñan en difundir.
La profesionalización de la tarea política es una asignatura pendiente de las democracias modernas y el modo de hacerlo un ámbito de discusión futura. Pero la labor de hacer y fiscalizar la política pertenece a todo el conjunto social, independientemente de la preparación del ciudadano. No podemos decir que no entendemos de política, por la misma razón que no podemos decir que desconocemos los principios básicos para administrar nuestra economía personal, para educar a nuestros hijos o para hacer trámites burocráticos. Son labores que inciden en el propio desempeño ciudadano. Las sociedades están obligadas a dotar a sus ciudadanos de las herramientas y saberes básicos para atender a estos deberes cívicos.
La política tiene que ser comprendida y entendida por todos, siempre con un esfuerzo de conciencia cívica y facilitadores sociales de acercamiento de elementos técnicos. Factor éste, el de facilitar la comprensión de las complejidades técnicas de la política, que corresponde fundamentalmente a los medios de comunicación, pero no sólo a ellos. Por lo tanto, no podemos dejar la tarea del quehacer político, de decir lo que es bueno o lo que es malo, a los otros. Si lo hacemos, serán los fanáticos y charlatanes lo que nos vengan a decir lo que es verdad.
Recordemos las palabras de Otto René Castillo, uno de los intelectuales guatemaltecos más comprometidos: “Un día, los intelectuales apolíticos de mi país serán interrogados por el hombre sencillo de nuestro pueblo. Se les preguntará sobre lo que hicieron cuando la patria se apagaba lentamente… Intelectuales apolíticos de mi dulce país, no podréis responder nada. Os devorará un buitre de silencio las entrañas. Os roerá el alma vuestra propia miseria. Y callareis avergonzados de vosotros”.
Frente a esta realidad constatable de nuestra responsabilidad ciudadana establecida, hace más de 50 años, por un hombre sin miedo a morir por sus verdades, poco más cabe decir. Tan solo el deber de repensar el mundo. Plantear valores desde una perspectiva académica, que cumpla con todo el rigor del análisis científico que las humanidades han perfeccionado a lo largo de los siglos.