¿Elegir o reelegir? El dilema sobre la nobleza criolla

La teoría de juegos, un método matemático de toma de decisiones utilizado usualmente en la política, la economía y la estrategia militar, enseña que las decisiones de los actores se encuentran influenciadas por la posibilidad de repetir el juego

. Cuando los jugadores comprenden que pueden enfrentar castigos en rondas posteriores, deciden marginar de sus decisiones individuales en pos del beneficio colectivo, es decir, toman las decisiones más óptimas en sentido político.

De acuerdo con esos lineamientos, siempre y cuando existiesen mecanismos de sanción, la participación continua de los agentes en procesos electorales permitiría avanzar hacia una democracia crítica, más centrada en la evaluación de las políticas y menos influenciadas por estrategias de mercadeo político.

En el contexto local, la incertidumbre sobre la continuidad de la gestión originaría por parte de los alcaldes acciones más prudentes respecto del endeudamiento de los municipios y el gasto público municipal, una gestión más inclusiva con el ciudadano y un mayor nivel de información de los resultados del mandato.

Desafortunadamente, la cultura política y el diseño actual del sistema electoral y de partidos no permiten que se desarrollen esquemas de rendición de cuentas y hacen que la evaluación ciudadana sea un acto meramente formal.

Estas ausencias de regulación social, por ejemplo, son las que permiten que en la contienda electoral por la alcaldía de la ciudad de Guatemala se presenten comportamientos como el titubeo del alcalde —Álvaro Arzú— en torno a su postulación presidencial o municipal o la candidatura de uno de los diputados —Alejandro Sinibaldi— con mayores ausencias en el Congreso, sin que exista en ambos casos rechazo por parte de los ciudadanos.

Lo lamentable es que los capitalinos no visualizan la utilización de la alcaldía como parte de una plataforma política más amplia y no demandan un debate que profundice aspectos urgentes de la ciudad. Las encuestas revelan que las expectativas de los ciudadanos se encuentran limitadas a las propuestas de este par de candidatos. Desafortunadamente para el debate, la distancia entre estos y los otros candidatos que también hacen parte de la nobleza criolla —Enrique Godoy García-Granados y Roberto González Díaz-Durán— es bastante considerable.

Así, el panorama electoral local, entre los dos principales candidatos se presenta de la siguiente forma:

Arzú, con una apuesta nepótica, ha recurrido a la práctica de marketing electoral de moda, el dos por uno (2×1), según la cual el elector no debe pensar, debatir ideas ni entender cómo funciona el Estado, solo debe confiar en la familia del caudillo. Esta práctica, que confirma la ley de hierro de Michels, también es la apuesta de otros clanes como los Pérez, los Medrano, los Rivera y los Coro. Cabe anotar que la oferta en el caso del alcalde es tres por uno (3×1), pues su hijo encabeza el listado del Distrito Central para diputación al Congreso de la República.

Lo anterior, permite comprender el confuso mensaje de “Orden y Bondad”. Si en un principio era “Orden” lo que se requería para el país, no se entiende por qué el partido escoge para la contienda presidencial a alguien cuyo valor es el servicio y deja el “Orden” para el marco de lo local; a mi juicio, ello constituiría una autocrítica a la gestión realizada por el alcalde. Dan la campaña y el partido unionista, entonces, la impresión de no ser serios y que el alcalde va a estar permanentemente traspasando sus competencias para injerir en asuntos que no le son propios. Algo que los capitalinos han rechazado de la gestión del presidente Colom en relación con su exesposa.

La campaña de Arzú no se molesta por realizar una propuesta de ciudad, busca influir en la evaluación ciudadana a través del efecto visible de las llamadas “obras de cemento” —la Sexta, el Transmetro, los pasos a desnivel— y deja por fuera el tema por el cual más se le ha cuestionado: la transparencia y la probidad en la gestión. No es que quiera demeritar los logros de la gestión del alcalde, pero su estilo aporta poco para construir ciudadanía. Durante los últimos años, con un concejo completamente cooptado, no existió la oportunidad siquiera de debatir la conveniencia de esas obras. Temas como el de la basura o el suministro de servicios (el agua para comunidades marginadas) estuvieron fuera de agenda.  Es como si pensar y proponer fuese una actividad exclusiva de los políticos —nobles— y los ciudadanos debiesen dejar todo en manos de ellos.

Sinibaldi, por su parte, ha inundado —contaminado— la ciudad de propaganda. Su estrategia de mercadeo lleva algo más de dos años ya. Utiliza las debilidades del burgomaestre actual a su favor, la pésima relación con los medios y el poco contacto con las personas. No escatima esfuerzos para criticar la subrepticia relación del gobierno central con el municipal, pero tampoco enfatiza en una oferta de transparencia y compromiso para adelantar una gestión visible en caso de ser elegido.

La propuesta de ciudad de Sinibaldi se vincula constantemente al discurso de seguridad del partido y busca aprovechar sinergias causadas por el debate presidencial. En su exposición, se destaca que cuando habla de cambio subraya el problema de la falta de continuidad de las nuevas administraciones cuando se desconocen los avances de las anteriores. Señala, asimismo, la falta de visión en la ciudad para avanzar en la constitución de un área metropolitana. Estas últimas ideas darían una señal de una madurez política, pero ésta queda completamente desdibujada cuando ofrece proyectos en el tema de infraestructura y vivienda sin profundizar o vincularlos con aspectos centrales de la ciudad, como el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) o sus recursos.

Ese es el punto débil. Sinibaldi poco sabe sobre la Muni, cita experiencias extranjeras de urbes (Nueva York, Bogotá, Medellín, etc…) cuyos contextos y marcos legales no son compatibles con la ciudad y confunde continuamente las competencias propias del alcalde con las de otros estamentos. Su propuesta de ciudad humana es incongruente con su gestión como diputado y da las respuestas propias de un alumno casaquero para evadir preguntas con algún tipo de contenido.

La experiencia entre los dos candidatos es desproporcionada. Arzú presenta en su hoja de vida haber sido varias veces alcalde, en una ocasión presidente y llevar a cabo los acuerdos de paz. Entre tanto, Sinibaldi presenta como favorable la gestión que realizó por casi un año a cargo del Inguat y el impulso que, como diputado, dio a dos leyes cuyas conveniencias son aún discutidas por las ventajas que ofrece el Estado a los privados: la ley de zonas francas y la ley de minería.

En lo que sí tienen similitud Arzú y Sinibaldi es que provienen de la oligarquía guatemalteca, ambos fueron directores del Inguat y ninguno posee un grado profesional. También se parecen porque los persiguen algunos mitos o paranoias sobre aparatos de inteligencia.

Ahora bien, frente a un panorama en el cual parece que lo que impera es lo mediático y no la construcción de ciudadanía, sería conveniente plantearse una serie de preguntas sobre el futuro —aplicando algunos elementos de la teoría de juegos— para descubrir el compromiso o la pasión que por la ciudad tienen los candidatos. Por un lado, ¿existe o puede existir un proyecto de ciudad participativa e inclusiva y una gestión trasparente con el unionismo? ¿Quién se presentará por los unionistas a la alcaldía cuando Arzú se retire? ¿Será alguno de sus diputados —Arévalo, Rayo o Duarte— o será alguien de la dinastía Arzú? ¿O alguien más? ¿Tiene vida el unionismo sin el alcalde Arzú o los Arzú? Por el otro, ¿será que si Sinibaldi no es elegido, correrá en las próximas elecciones por la alcaldía? ¿O si es elegido, será posible que acabe su mandato y no vaya por la presidencia? Abrirá Sinibaldi el espacio para que otro —Gudy Rivera o, por qué no, Roxana Baldetti— sea el próximo candidato presidencial del Partido Patriota?

Tal vez el parte parcial de tranquilidad para los capitalinos es que desde el punto de vista de la transparencia, fuere cual fuere el resultado de la elección, el concejo quedará divido y no existirá una consolidación total del poder sobre la municipalidad. El riesgo es que en el transcurso de la próxima gestión los negocios municipales pueden llegar a poner de acuerdo a Arzú y a Sinibaldi. Por ello, se requiere ampliar el debate de ideas sobre la ciudad y trabajar la cultura política para que los capitalinos puedan proponer acciones, exigir resultados y sancionar comportamientos. 

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