La ficción iliberal se ha impuesto una y otra vez sobre nosotros.
Retrocedo a la Primavera Democrática del 44 para recordar cuando el fantasma del comunismo, una amenaza tan ausente en ese entonces como ahora, sirvió como excusa para el golpe que una década después puso fin a un proyecto político de vanguardia y popular en Guatemala. La ignominia aún gravita sobre nuestros hombros, al igual que la ficción que sobrevuela con sus mentiras y medias verdades y que, para nuestro pesar, no logramos sustituir. Y lo que es peor: funciona. Y funciona porque el relato histórico, de manera deliberada o por descuido, se transmite como una vaga idea en el sistema educativo, y en sus lagunas la ficción se acomoda con aplomo. En este presente que transcurre huérfano de pasado, las fuerzas antidemocráticas y conservadoras, agazapadas con el poder en las manos, han aprovechado ese vacío para repetir la burda mentira de una amenaza inexistente —una agenda global y socialista— para infundir miedo al cambio, a lo que podría ser una república democrática auténtica. En este presente sin pasado, sin embargo, estamos también desprovistos de futuro. Y es a la intemperie donde debemos empezar a construir un relato de unidad.
La turba se alebresta cada vez que los que alimentan la moneda de la crispación dicen zurdos y chairos. Turba que probablemente ahora esté juntando sus ahorros para vacunarse en el extranjero. Y su futuro se pinta con trazos de desesperanza, ya sea naufragando las inundaciones de la ciudad, abrazando un trabajo precario o rezando un avemaría para que el crowdfunding llegue a la factura de una enfermedad grave. Son apolíticos, por lo que no buscan mejores argumentos, clases o lecciones, sino una mejor historia, una que calme los mares agitados o canalice sus frustraciones. La ficción iliberal tiene tanta consistencia que las mentiras que vemos como sandeces les parecen verdades irrefutables, ya que obvian la mentira que habita en esa verdad. Como dijo Arendt sobre la propaganda de los totalitarismos, desprecian los hechos porque los ven como el resultado del poder que los produce. Y aquí tienen el poder agarrado. Así fabrican hechos como los títulos de los magistrados del TSE o los incumplimientos para evitar la participación política de otros. Y sus actos, como la violatoria derogación de Planned Parenthood o el lamentable show de la AFI con Laje en el Congreso, sostienen la coherencia de la ficción que legitima los abusos de poder porque el enemigo, aunque desconocido, es real.
Llegó la hora de construir un relato convincente, pero en términos afirmativos: ya no de hartazgo, sino de quiénes somos y quiénes queremos ser.
La ficción constituida con elementos como el anticomunismo y el conservadurismo de la extrema derecha cala en gran parte de la sociedad porque, aunque esta odie la política, teme que el oasis en el que habita, o en el que cree que habita, se le seque. Esa ficción la mantiene en centinela, vislumbrando una tormenta de arena que no llega, y da espacio a que un diputado ponga sin ningún reparo laureles de héroes a personas presuntamente involucradas en crímenes de lesa humanidad. Pero ya basta. Llegó la hora de construir un relato —hago eco de unos tuits de Maurice Echeverría— convincente, pero en términos afirmativos: ya no de hartazgo, sino de quiénes somos y quiénes queremos ser, de esperanza que nos movilice y revitalice la solidaridad.
El relato de la unidad pasa por ser un pacto radical y moderado para un futuro liberal y democrático sin extremistas: uno que rompa con la estrechez del conservadurismo, que limite el excesivo poder político de la oligarquía y de los grupos de interés y que lo expanda a la población. Un país en el que podamos caminar sin miedo, ser como nos venga en gana, emprender y competir en igualdad de condiciones, con servicios públicos de calidad, que den oportunidades reales. Somos muchas las personas preparadas capaces de llevarlo adelante, de cambiar este sistema que funciona para muy pocos, pero falta unirnos. No en una falsa unidad familiar, de pompas trilladas y vacías, sino una que entienda las diferencias como parte del seno, que construya a partir de ellas para enterrar el monismo y simplismo del relato iliberal de la extrema derecha. Ello será posible con una historia de esperanza sobre un futuro compartido.