El precio de la corona

Prendo el televisor y me engancho con un reality show que presenta a niñas, entre los cinco y diez años, compitiendo por una corona. Todas maquilladas, con peinado alto, pestañas postizas que me recuerdan a la mirada de un ventrílocuo, y vestuario que les queda pintado al cuerpo. Las imágenes me parecen grotescas, lo que no me impide permanecer viendo el programa hasta que finaliza.

Los concursos de belleza infantil han cobrado mayor importancia alrededor del mundo. Han resultado ser un negocio rentable, convirtiéndose en una industria mundial, de miles de millones de dólares. A pesar de que los concursos de belleza infantil existen desde hace varias décadas, no fue hasta 1996 que los medios de comunicación les dieron un enfoque que los llevo a convertirse en parte de la subcultura americana. Si bien los concursos de mujeres jóvenes hoy día son percibidos con normalidad, los certámenes infantiles son considerados como una de las actividades más controversiales a las que una niña puede ser sometida.

Los medios de comunicación, redes sociales, revistas de moda y la publicidad han sido facilitadores en la promoción de una conducta que, en este caso específico, hipersexualiza a la niña. Los principales promotores, sin embargo, siguen siendo los padres de familia que aprueban y fomentan la participación de las niñas en eventos de belleza. ¿Qué los motiva? Detrás de la justificación de querer empoderarlas, empujarlas para alcanzar un sueño, o prepararlas para un mundo competitivo, se esconden padres que intentan enmendar insatisfacciones y complejos, a través de sus hijos.

Estamos expuestos a un entorno que genera imágenes distorsionadas del concepto de belleza y, peor aún, de lo que se espera de una mujer, en especial sobre su figura y aspecto físico. Lo anterior ha generado un repunte de trastornos alimenticios, que se manifiestan a través de la anorexia y la bulimia. Esto provoca, además, daños psicológicos que afectan la autoestima e identidad de las niñas. Pero más allá de esto, ¿Cuál es el mensaje que se nos transmite? El de las mujeres reducidas a objeto, no siendo más que un medio para lucrar y satisfacer la vista.

En el 2010 la revista francesa Vogue, publicó una serie de fotografías que mostraban a una niña de diez años posando en vestido ajustado, zapatos altos y excesivo maquillaje. Las fotografías dieron vuelta al mundo, y a partir de esta polémica se inició el cabildeo de una reforma a la ley sobre los derechos de la mujer. Los esfuerzos no han sido en vano, por lo que el pasado mes de septiembre el Senado de Francia voto en favor de la reforma legal que prohíbe los concursos de belleza infantil. Antes de convertirse en ley deberá de pasar por la aprobación de la Asamblea Nacional, por lo que ya se habla de penas de hasta dos años de cárcel y multas de 40 mil dólares para quienes promuevan y organicen dichos eventos.

En Guatemala aún no tenemos un reality show, pero ya existen populares concursos de belleza infantil. Basta con buscar en el internet para encontrar fotografías de niñas semidesnudas concursando en certámenes nacionales. No dudo que sea sólo cuestión de tiempo para que veamos más de esto, en especial si nos mantenemos ajenos a las repercusiones de fomentar, aprobar y ver dichas actividades.

Como mujer, creo que los cimientos de nuestra identidad no deben ser forjados sobre un escenario de princesas en miniatura. Nuestra inocencia no debe ser burlada con capas de maquillaje, y sostener una corona no debería de arrebatarnos la posibilidad de encontrarnos con la verdadera esencia de la belleza. 

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