El orteguismo como referente político regional

Mis escasas simpatías hacia el régimen nicaragüense terminaron de evaporarse con el impune asesinato de estudiantes en las protestas que estallaron en 2018.

Aunque muy pocas personas lo perciben de esa forma, Nicaragua ha llegado a ser el escenario soñado para la élite depredadora chapina en su sección agroindustrial y de generación energética: bajos salarios, exenciones fiscales y un gobierno policial autoritario que implantó el neoliberalismo envuelto en la bandera sandinista, con dosis periódicas de represión y con la excomunión de cualquiera que se atreva a interpelar a la sagrada familia en el poder.

Tiempo atrás también reflexioné acerca de la mezcla de religión e ideología que se practica como política de Estado en Nicaragua. Es decir, todo un caso de estudio que demuestra, entre otras cosas, el carácter transideológico de la corrupción y el poder incuestionable de la propaganda y de la coerción ante la ausencia de movilidad social en países con desigualdades abismales e indicadores de desarrollo subsaharianos.

Hoy en día no encuentro grandes diferencias entre los Gobiernos de Nicaragua, Guatemala y Honduras, solo diversos niveles de control sobre sectores estratégicos y una absoluta promiscuidad ideológica que se combina con la gestión de crisis reales o fabricadas como mecanismo de gubernamentalidad. Y en ese marco los ganadores son quienes se benefician de que el Estado no haga su trabajo: evasores de impuestos, empresarios sin marcos regulatorios que establezcan límites o los nuevos grandes emprendedores del siglo XXI (productores y comercializadores de sustancias ilícitas).

Los nuevos enemigos internos son las organizaciones que defienden el territorio, el ambiente, los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, así como intelectuales y periodistas no alineados al régimen de turno.

Ciertamente el control de la élite depredadora sobre procesos electoreros ha sido un poco más sofisticado en Guatemala, donde, como sabemos, dichos procesos se basan todavía en el financiamiento electoral ilícito. Ni el golpe contra Zelaya en Honduras ni la vulgar redada contra opositores en Nicaragua han ocurrido en Guatemala. Todavía. Pero los signos más recientes en Guatemala, que incluyen la persecución de periodistas, me hacen pensar en una orteguización de estos tres países. O, dicho en otras palabras, estamos ante un período de represión y de purga para garantizar que los dueños de la finca recuperen la tranquilidad que perdieron durante ese breve lapso de tiempo en el cual la Cicig jugó un papel importante junto con varios movimientos sociales.

¿Qué tan profunda será la regresión autoritaria y la purga de la oposición? No me atrevo a hacer pronósticos, pero la represión en el territorio y los asesinatos selectivos continúan con un saldo terrible para los derechos civiles. Porque los nuevos enemigos internos son las organizaciones que defienden el territorio, el ambiente, los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, así como intelectuales y periodistas no alineados al régimen de turno.

Por el momento dejo fuera del análisis a Bukele, cuyos niveles de legitimidad en El Salvador lo mantienen fuera, según yo, de la fórmula perversa que he tratado de describir. El tiempo dirá si termina por asumir el orteguismo como política de Estado.

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