El “negocio” del siglo

Muchos países como Guatemala sufren la voracidad de “empresarios” que lucran explotando sus recursos naturales, sin compensarlos con regalías.

Los ejemplos más dramáticos ocurren cuando estos recursos no se pueden renovar. Es el caso de las industrias extractivas como el petróleo y la minería. Pero cuando se trata de la explotación de recursos naturales que no se agotan, la cosa se vuelve desapasionada. Quizá el ejemplo más claro de esta forma de lucro es la explotación del espectro radioeléctrico, según nuestra Constitución parte del patrimonio del Estado. Se trata de un recurso natural ilimitado compuesto por las ondas electromagnéticas que se propagan por el espacio y utilizadas para la prestación de servicios de telecomunicaciones, radio y televisión, entre otras muchas aplicaciones industriales y domésticas.

La semana pasada vimos cómo de una manera artera y sigilosa el Congreso de la República aprobó la prórroga por 20 años más de los contratos de usufructo del espectro radioeléctrico, sin mejorar las condiciones ominosas en las que se subastaron las frecuencias hace 15 años. Esto constituye la prolongación de un despojo voraz del patrimonio estatal guatemalteco. El sector de telecomunicaciones ha tenido un crecimiento inaudito, a proporciones demográficas, sin que este crecimiento se vea reflejado en sus pagos de regalías o impuestos. ¿Cómo es posible que familias empobrecidas compren tiempo de aire para el teléfono antes que alimentar a sus hijos?

En tanto, los señores de la radio y la televisión se cuentan entre los pocos que jalan los hilos de las marionetas político partidarias en Guatemala, en buena medida responsables de la plutocracia que mantiene cuotas de poder criminalmente desproporcionadas. Hiere el enorme contraste entre la resistencia heroica que los pueblos plantan ante el avance de la explotación petrolera y minera, y la pasividad y hasta complacencia por el lucro de la explotación impune de nuestro espectro radioeléctrico. Por un lado se reclama a las petroleras y mineras por lo menos el pago de regalías que ayuden a compensar el daño socio-ambiental. Pero por otro, ni nos enteramos que los grandes explotadores de las frecuencias de telefonía, radio y televisión, que continúan amasando fortunas inmensas, y hasta manipulando a su sabor y antojo nuestro maltrecho sistema democrático.

Resulta que ahora las empresas transnacionales de telefonía lucran haciendo transferencias monetarias, como si de entidades financieras no reguladas se tratara. ¿Y la superintendencia de bancos? Considerando las recargas electrónicas que se realizan en tiendas de barrio y demás establecimientos de la economía informal, no es difícil convencerse de la inmensidad del IVA cargado en el precio que pagan los consumidores pero no trasladado al fisco, o el tráfico de datos o tiempo de aire que no se refleja en las contabilidades de las transnacionales telefónicas (es decir, impuesto sobre la renta que no pagan). Así, siendo las telefónicas los focos de evasión de impuestos más grandes (el mercado es de magnitud demográfica), la gran idea ahora es facultarlos a recaudar impuestos, una vez más, como si de bancos se trataran. ¿Sabe usted a cuánto asciende la comisión que cobran actualmente los bancos por recibir los pagos de impuestos? ¿Cuánto cobrarían las telefónicas (comisión que seguro descontarán de sus magras declaraciones tributarias)? ¡El lobo cuidando el rebaño! ¡El “negocio” del siglo sin duda!

¿Estaremos acaso embrutecidos por el teléfono celular, al punto que poco nos importa que la explotación del espectro radioeléctrico se haya convertido en lucro descarado? Me mueve la impresionante defensa de los pobladores invadidos por las petroleras y mineras, tanto como me acongoja nuestra indiferencia por la invasión del teléfono móvil y que no exijamos la regalía justa por la explotación de las frecuencias.

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