Los entresijos relacionados con los ríos Madre Vieja y Achiguate están a punto de cobrar víctimas. Las llamarán héroes algunos, mártires otros y terroristas unos pocos estegosaurios, de esos que aún perviven.
El 24 de junio de 2013 publiqué un artículo titulado El mártir del agua. Su propósito era conmemorar el 35 aniversario del martirologio del padre Hermógenes López Coarchita, párroco de San José Pinula asesinado por defender las fuentes de agua de sus comunidades parroquiales.
La intención ahora, utópica si se quiere, es disminuir el impacto de esa vacuidad del intelecto que provoca el dinamismo reiterativo del mal y que, siéndolo, puede provocar más muertes.
Nada nuevo. La perversidad siempre ha existido. El robo de los manantiales ha sido una de sus improntas, y en los años 70 del siglo pasado hubo un caso que infructuosamente se trató de ocultar. A continuación narro sucintamente los hechos tomando algunos fragmentos del primer artículo.
«El 1 de julio de 1978, mientras sucedía la fraudulenta transmisión presidencial del general Kjell Eugenio Laugerud García al general Fernando Romeo Lucas García, un sencillo sacerdote era inhumado en la finca El Pirú, entre la Antigua Guatemala y Ciudad Vieja. Veinticuatro horas antes había sido asesinado.
»Muchos cristianos, católicos y de otros credos, avalaron —con su presencia o su silencio— la consumación del fraude electoral y callaron ante la muerte del padre Hermógenes López Coarchita, acribillado en la carretera que de San José Pinula conduce a Palencia. La autoría se atribuía al gobierno de turno.
»Según sus biógrafos, “quienes lo conocieron aseguran que fue un ministro religioso de muchas virtudes: humilde, reservado, atento, cercano a los niños, a los enfermos y a los ancianos”. Pero entonces ¿por qué mataron al padre Hermógenes López Coarchita?
»La posibilidad más racional pudo haber sido la defensa de la gente pobre de su parroquia de San José Pinula. El padre Hermógenes jamás fue político. Era, sí, un defensor de los derechos humanos y sentía en su propia carne las amarguras de su gente. Mas, para aquella época, cierta jerarquía eclesiástica y algunos sectores sociales se rasgaban las vestiduras al ver a un sacerdote enfangado y a pie por las veredas de su pueblo. Y vociferaban si reclamaba los derechos de sus feligreses, como sucedió en el caso de la defensa del agua de las aldeas a él confiadas, las cuales el padre Hermógenes defendió hasta el día de su muerte. Quisieron usurpar las fuentes para surtir con ellas a la ciudad capital.
»Todos conocían sus condiciones de buen pastor y su vida transparente. Sin embargo, lo que no se supo hasta fecha reciente es que dejó escrito un diario de las vicisitudes de la parroquia. Su contenido por demás sublime motivó a las autoridades eclesiásticas —en la época del arzobispo Rodolfo Quezada Toruño— a abrir una causa y a tratar de elevarlo a los altares.
»Sin perjuicio del eclesiástico intento, algo es ya seguro: los pinulas tienen su propio santo. Sin autorización del Vaticano, sin autos de fe, sin postulante de causa ni abogado del diablo, los pinulas tienen su propio santo. En cada casa, en cada local comercial, en cada altar familiar, la foto de Hermógenes López Coarchita —el mártir que les protegió sus fuentes— está presente».
A ese humilde y valiente cura lo nombraron el mártir del agua.
En relación con los sucesos actuales, muy del caso es reconocer que a la fecha el Ministerio de Ambiente ya denunció ante el Ministerio Público a los presuntos responsables del desvío de los ríos Achiguate y Madre Vieja. Bien por el señor ministro porque, hasta la semana pasada, dos curas y un alcalde habían asumido la salvaguardia que, de acuerdo con la Constitución, le corresponde al Estado.
¿Será posible evitar otro hecho similar al de 1978? Yo creo que sí. Con inteligencia y voluntad se puede enfrentar esa propensión a la brutalidad y a la locura que a veces tenemos los seres humanos.