El Gran Norte

El Norte de Nicaragua está siendo una de las mejores sorpresas de este viaje. Dejamos atrás el cañón de Somoto, el departamento de Madriz y nos adentramos en Nueva Segovia la región más septentrional de Nicaragua, cerca ya de la frontera hondureña. Las montañas se hacen vez más altas y los bosques de coníferas más intactos y silenciosos.

Solo alguna plantación de café, alguna entrada a un pequeño pueblo o algún tráiler que lleva rumbo a la frontera nos hacen desviar la mirada. Nos concentramos en el esfuerzo que supone este terreno quiebrapiernas. Disfrutamos la Panamerica como una carretera secundaria más. Yalaguina, Totogalpa, algún otro pueblo que no recuerdo. Pan con aguacate al borde del camino, en la sombra de alguna pulpería, como les dicen aquí a las tiendas. Preguntas recurrentes, respuestas ya ensayadas en muchas ocasiones. ¿Van largo? ¿Y en bicicleta vienen? ¿Y en bicicleta todo el tiempo? Pilar tiene una paciencia infinita para responder. Nos encontramos con Ocotal, la cabecera departamental de Nueva Segovia. Resulta injusto; siempre llegamos a los pueblos al caer el sol, después de muchos pedales, y nos encontramos con la civilización en su versión más amable. Los parques centrales bañados por el anaranjado del atardecer. La temperatura que baja unos grados. Los adolescentes que estudian la secundaria en horario de tarde e inundan las calles. Colas en las heladerías. Los pequeños momentos de ocio tras el trabajo. Por eso es que nos enamoramos de los pueblos siempre. Es injusto porque siempre nos los encontramos a estas horas. Y por eso, este amor por Nicaragua que no acabamos de procesar. Con esta explicación por delante, no me crean si les digo que Ocotal es uno de los pueblos más agradables de Nicaragua. Pero desde luego, esta noche la vemos así. Brindamos con unas toñas y comemos pizza. Pilar busca su dosis nocturna de cacao. Lo tomamos sentados en una de esas esquinas perfectamente simétricas en las que confluyen cuatro cuadras, cada una con su viejo edificio colonial de un nivel elevado un metro sobre el nivel de la calle. Ocotal es antiguo por momentos y muy años sesenta. Tratamos de hacer la sociología barata a la que estamos acostumbrados los periodistas. ¿Qué tendrá Nicaragua? Yo creo que ni los nicaragüenses pueden explicar de dónde sacan ese espíritu de combate que les hace siempre dar un golpe sobre la mesa cuando se enojan. Aquí falta todo, pero todo parece funcionar relativamente bien. No hay ni juzgados, ni policías, ni muchos menos policías bien pagados. Pero hay paz. Nadie tiene nada, pero nadie parece no tener nada. Las explicaciones que todo lo explican un poco más al norte, no se sostienen por aquí. ¿Y por qué será?

Mañana treparemos hasta Dipilto, el último pueblo de Nueva Segovia antes de cruzar la frontera. Veremos a un lado el viejo Dipilto y al otro el nuevo Dipilto que se construyó tras el abandono del primero. Disfrutaremos de estos paisajes que parecen sacados de los afiches de Canadá o Suiza que cuelgan en muchos comedores junto a los de Winnie Pooh. Quizás tengamos un pinchazo y discutamos sobre cómo repararlo. Cruzaremos la frontera siendo conscientes de que quizás no volvamos a Nicaragua en muchos años. Pero siempre nos acompañará la pregunta que nos hacemos esta noche. ¿Será que Nicaragua nos hace felices o es que simplemente somos felices sobre la bicicleta?

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