El gobierno de los peores

Hace unas semanas, el destacado sociólogo Bernardo Arévalo evaluaba de forma crítica el gobierno de Jimmy Morales. Asimismo, resaltaba el peligro que este representa en términos de retrocesos institucionales y democráticos para Guatemala por su incompetencia, venalidad y carácter autoritario.

Algunos recordarán que, durante su campaña presidencial, Morales se comparaba con el padre del sociólogo, el ilustre presidente Juan José Arévalo. Imagino el sinsabor que tan impertinente referencia habrá causado y sigue reverberando en la familia del primer presidente de la Primavera Democrática luego de la revolución de octubre de 1944, que se rememora en estos días.

Como muchos lo sabíamos, qué lejos se encuentra Morales de la visión humanista del estadista, por mucho que pretenda darse aires de erudito al citar a lumbreras de la talla de Dante o de Galileo de forma cantinflesca (con el perdón de Cantinflas). Qué farsa ha de resultar para los millones de ciudadanos que votaron por el comediante confiando en que, con su tono bonachón, el suyo sería un gobierno distinto a la cleptomanía estatal imperante.

Arévalo cierra su artículo indicando que «la kakistocracia [sic] —el gobierno de los peores, los menos capacitados y más inescrupulosos— está tirando el futuro del país por la ventana». Y es que los llamados outsiders últimamente les salen caros a las sociedades que quieren cimentar o perfeccionar sus regímenes democráticos.

Un análisis similar se puede hacer de la coyuntura estadounidense. El presidente Donald Trump también encabeza ese tipo de régimen en estas latitudes. Ciertamente le sonríe el hecho de que Barack Obama le heredó una economía estable, recuperada luego de la crisis financiera bajo su predecesor republicano, George Bush. Los niveles de empleo también mejoraron gracias a las políticas económicas de Obama.

Pero, aunque Trump quiera atribuirse ahora el éxito de la recuperación económica, el caso es que los salarios siguen estando estancados, las inequidades siguen siendo rampantes y el sueño americano está cada vez más lejos de las aspiraciones de las clases trabajadoras, para las cuales rentar o adquirir una vivienda económica —una de las condiciones sine qua non para formar parte de la clase media— es casi una quimera.

Por mucho que los aduladores de Trump celebren sus promesas cumplidas como victorias, en realidad dichas victorias son un reflejo de esta kakistocracia, que a veces parece tener un sabor tropical. Mientras algunos funcionarios de alto rango caracterizan a Trump de inestable y falto de moral, varias medidas políticas regresivas ven la luz del día. La reducción de impuestos para las clases pudientes, las medidas antinmigrantes, los intentos de privatizar la educación pública, el paulatino desmantelamiento de las reformas de salud pública y la renuncia a tratados internacionales para frenar el calentamiento global son solo algunos ejemplos del retroceso en postulados democráticos, científicos, de liderazgo internacional y de inclusión social frente a los intereses empresariales y de segmentos ultraconservadores con cariz de fanatismo religioso.

Los llamados «outsiders» últimamente les salen caros a las sociedades que quieren cimentar o perfeccionar sus regímenes democráticos.

Lo anterior explica la reciente confirmación de Brett Kavanaugh como nuevo magistrado de por vida en la Corte Suprema de Justicia. Kavanaugh sustituirá a Anthony Kennedy, quien a mediados de año renunció a su cargo en dicha corte. Esta es la segunda nominación del presidente Trump y una de las más controversiales, que ha polarizado todavía más a la sociedad estadounidense.

Kavanaugh fue acusado por tres mujeres de agresión sexual durante sus años de colegial. Bajo juramento negó tales hechos, así como su propensión a actuar repetidamente bajo efectos de alcohol, pese a que otras personas que lo conocen recuerdan a un Kavanaugh errático y agresivo. Efectivamente, su comportamiento irascible, excitable, descortés, desafiante y ofensivo al ser cuestionado sobre el contundente y riguroso testimonio de una de las víctimas, la doctora Christine B. Ford, confirmó el temple poco digno y el carácter falaz de un juez que, gracias al voto del senado mayoritariamente republicano, pronto ocupará uno de los puestos más prestigiosos de la carrera pública estadounidense, con lo cual se pondrán en riesgo la legitimidad, la imparcialidad y la independencia de la justicia.

La confirmación de Kavanaugh pone en tela de juicio el sentido de meritocracia y legitima una agenda ultraconservadora, con el costo asociado de hacer retroceder a la sociedad estadounidense frente a sus victorias en los derechos de las mujeres, de los trabajadores y de las minorías. Le tocará a la ciudadanía rechazar o ratificar al gobierno de los peores en las elecciones de medio período en noviembre.

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