El futuro ¿incierto?

Es curiosa nuestra afición por adivinar el futuro. Aunque los hechos llegarán por propia cuenta, igual queremos saber antes, saber primero.

El afán por la predicción nos acompaña desde que nos hicimos humanos, hace ya mucho tiempo. La agricultura dio obvia urgencia a conocer el devenir. El éxito de la siembra —algo que debe suceder hoy— radica en la probabilidad de que llueva mañana. No es banal acertar.

La relación entre lluvia futura y siembra presente ilustra bien por qué nos interesa la predicción. Pero subraya también bajo qué circunstancias importa: solo cuando el impacto de la condición futura depende de la calidad de la decisión presente. Sirve si modificar la conducta actual, con base en la predicción, afectará nuestra situación más adelante.

Con frecuencia no es así. Ya la Biblia, con sabiduría —o quizá resignación— de pueblos nómadas, lo reconoció hace miles de años: basta con darle a cada día su afán. Si lo mío es recolectar raíces y yerbas por el camino o perseguir presas donde vayan, poco importa lo que traiga el día: lo enfrentaré cuando suceda. En tales circunstancias vale más la claridad de propósito —que haya alimento suficiente— y tener un rango amplio de herramientas antes que tratar de adivinar qué se comerá y cuál herramienta servirá. Cargaré azadón y lanza, pues no sé si mañana traerá tubérculos o gacelas.

Eso, sin embargo, nunca detuvo a una hueste de agoreros de ofrecer certezas futuras aun cuando no se cumplieran dichas condiciones. Escarbadores de entrañas de cabra, lectores de zodíacos, asignadores de nahuales, todos ofrecieron vincular el futuro con el presente. Y lo siguen ofreciendo. Pero operan más por restringir el futuro que por predecirlo: si digo que vas a parar en el infierno y logro convencerte, ya irás camino del fuego. Si digo que naciste para rey y te lo crees, algo habré ganado. Luego solo quedará excusar o ignorar la evidencia en contra cuando se presente.

La reflexión viene al caso ahora que está de moda la predicción electoral. Que si Torres o Giammattei, por cuánta diferencia, en dónde y por qué. Todos teorizan y explican cómo terminará esto. Pero Mariano González lo resume perfectamente: «La sofisticada conclusión de la revisión de este comportamiento electoral es que, en segunda vuelta del 11 de agosto, cualquier cosa puede pasar».

Los dos candidatos tienen bien medida la tarea: ha quedado un solo molde para ganar, más aún para gobernar.

Pero lo importante no es que pueda pasar cualquier cosa. La clave está en la perspicacia del nómada escritor de libros sagrados: es que la decisión hoy no causará diferencia sustancial en el futuro. En contraste con lo que enfrentamos antes de la primera vuelta electoral, aventurarse a adivinar el resultado de la segunda ronda escasamente modifica la decisión presente.

Llegar a esta situación, donde todos los caminos van a dar al mismo lugar: esa fue la tarea preelectoral que reunió en un mismo pacto inicuo a políticos y jueces, a la élite económica y a la fiscal general embustera. Excluir candidaturas, satanizar opciones y disciplinar votantes en bloques de conservadurismo religioso sirvieron para eso. Hoy importa poco si votamos 10 personas o 10,000, si votamos por una opción o por la otra. Incluso, importa poco que no lo hagamos.

Los dos candidatos tienen bien medida la tarea: ha quedado un solo molde para ganar, más aún para gobernar. Por eso Giammattei, impulsor de la limpieza social y rodeado de gente muy oscura, hoy sorprende denunciando al pelele militar en casa presidencial con la excusa de los aviones argentinos. Y Torres, que hace una década era denostada por el Cacif —«la socialista», decían—, hoy se pinta como su socia lista, como la más conservadora amiga de empresarios, Iglesias y Ejército. Y ninguno de los dos apoya las grandes demandas ciudadanas, como acabar con el hambre, luchar contra la corrupción o dar alivio al migrante. ¡Se mutan uno en la otra, se confunden, son iguales, son uno solo!

Entendamos: lo nuestro como ciudadanía hoy no es la situación del agricultor oteando las nubes para saber si lloverá, sintiendo la tierra entre los dedos para decidir la siembra. Lo nuestro es la condición del nómada —sin tierra, sin certeza— que debe afilar sus aperos, tanto lanza como azada. Lo nuestro es reconocer que cada día traerá un afán —probablemente malo— y que debemos estar preparados: prepararnos con flexibilidad para enfrentar lo que venga y con solidaridad para trabajar juntos, pues lo nuestro no es lo que quieren candidatos y poderosos. Lo nuestro es identificar y construir nuestra comunidad de interés, nuestra visión de bien común, de buen vivir.

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