Me refiero al espacio geográfico donde la población se asombra por los lujos, las tiendas, las comodidades y sus calles. A pesar de su existencia y «desarrollo», a lo interno de los muros cuya expansión va en aumento y que únicamente establece la demarcada situación de la desigualdad, este sector de la ciudad feudal muestra su imposición a quien le voltea la vista.
No basta el muro de la ausencia de trasporte público, sino que, esa etiqueta normalizada de «se reserva el derecho de admisión» como la regla que normaliza la agresión al niño a quien un policía violó su derecho de libre locomoción por no pertenecer al grupo al que sí se le rinde pleitesía. Este universo segregado, con su propia institución educativa, su propia institución religiosa, sus comercios y centros de conveniencia, tiendas exclusivas y «populares» –para no limitar el comercio–, cuyo objetivo de mercado hace una alta distinción entre las clases sociales que se conjugan en momentos diferenciados, ya que, no es lo mismo quién reside a quién llega de visita en días festivos o fines de semana.
Este espacio «arquitectónico» no se limita a tensiones constantes a razón de la desigualdad que emana, más aun, sabiendo que para el desarrollo de algo tan clasista, no se puso en duda la eliminación de un pulmón de la Ciudad, ni limitar el acceso regular a servicios básicos a poblaciones aledañas, el agua por ejemplo, líquido vital, parte de un derecho humano que muchos perdieron para privilegiar a estos pocos habitantes del sector de blanco impecable.
¿Cuánto tiempo durarán estas ciudades de duroport?
A través de esta representación «señorial», se muestra la forma como una porción del sistema social se enclaustra y busca sus propios espacios de «confort», alejados de lo popular, de lo común y de lo «corriente», con el fin de alimentar una lógica aspiracional perversa. La principal caracterización siempre será «como te vean te tratan» a pesar de identificar de diversas formas, como aquellos de saco, corbata y camisas blancas, son quienes se alimentan de los banquetes a costillas del pueblo, a través de la corrupción, la cooptación y los ilícitos.
Un pequeño detalle revela la miseria de dicho sainete aspiracional, los antiguos feudos medievales contemplaban tanto a los siervos como a la tierra para su subsistencia, pero estos señores modernos olvidan que, para vivir y realizar sus delirios señoriales, necesitan de esa tierra de la que comen pero que depredan impúdicamente a donde quiera que vayan y ponen el ojo. ¿Cuánto tiempo durarán estas ciudades de duroport? Quizá hasta que la insostenibilidad ambiental les haga migrar a otros rumbos, donde su posición ya no les permitirá jugar al gran señor.
Posiblemente ni mis hijos, ni los de mis hijos verán la caída de ese sistema feudal, mientras este continúe sirviéndose de los siervos y campesinos, de los trabajadores citadinos sin seguridad alguna siquiera para su vejez; estos «señores» seguirán inundando de ignorancia a la niñez y juventud que gracias al analfabetismo funcional inveterado y sellado por quienes le preceden en el XXI, no hay memoria, no hay historia y conforme las generaciones avanzan ignoran con mayor medida el «¿por qué estamos como estamos?»
¿Es esta la ciudad y el modelo de convivencia social que deseamos legar y construir?