Hace unos días fui invitado a la presentación de dos estudios sobre élites sociales y crimen organizado de InSight Crime, los cuales narran el lento proceso de mutación de las élites, aquellos actores sociales que tienen la capacidad operativa de tomar decisiones.
Ambos estudios nos presentan parte del proceso que ha favorecido que la institucionalidad pública en Guatemala se haya convertido en un Estado mafioso: la serie de pasos paulatinos que ha permitido que en los últimos años la reserva moral de nuestro país haya ido disminuyendo de tal manera que, en términos generales, muy pocos actores tienen las manos limpias, es decir, no se han involucrado en acciones reñidas con la ley y la moral.
Es quizá este estado generalizado de inmoralidad lo que explica la gran paradoja de nuestra sociedad: dos exfuncionarios guatemaltecos de alto nivel, uno condenado por asesino y el otro por ladrón, han sido juzgados y declarados culpables por la justicia de otros países, pese a lo cual gozan de mucha popularidad y de apoyo ciudadano.
Los dos estudios de InSight Crime documentan la cadena lógica que ha generalizado este estado de anomia moral, de manera que hoy muchos ciudadanos apoyan y aplauden, sin remordimientos, actos que en otras sociedades serían vistos como altamente cuestionables:
- Mano dura. Promesas de seguridad y de combate del crimen organizado.
- Frustración. La lentitud y la ineficacia del sistema de justicia llevan a la operación de acciones extrajudiciales.
- El fin justifica los medios. Se alcanzan algunos éxitos, pero se empiezan a sustituir los roles, de modo que existe una mutación de lo legal a lo ilegal.
- Exacerbación. Las operaciones ilegales se salen de control.
- Crisis. La exposición mediática permite que la crisis del sistema se agrave.
Durante el gobierno de Óscar Berger (2004-2007) se llevaron a cabo acciones como el asesinato de los diputados al Parlacén en el 2007 y una serie de ejecuciones extrajudiciales dentro de las cuales el episodio más famoso fue la toma de la cárcel de Pavón en el 2006.
Esta cadena lógica de sucesos, bien documentados ya por los estudios citados, me hicieron recordar el libro de Philip Zimbardo, El efecto Lucifer, el cual explica la relativa facilidad con la cual personas buenas, comunes y corrientes están predispuestas en determinados momentos a cometer actos que podrían tipificarse como malos: «Las fuerzas situacionales tienen más poder del que pensamos para conformar nuestra conducta en muchos contextos», ya que también tienen «el poder aún mayor de crear el mal a partir del bien: el poder del sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que crean la situación» (Zimbardo).
Parafraseando a Zimbardo, parece que Guatemala vive una especie de efecto Lucifer ampliado, lo cual se verifica en el hecho de que desde hace muchos años hemos abandonado sistemáticamente la posibilidad de fortalecer y reformar nuestras instituciones: la evidencia empírica más bien demuestra un acelerado proceso de deterioro y de crisis institucional que cada vez se hace más generalizado, al punto de que Guatemala parece encajar en lo que hace muchos siglos un renombrado filósofo de la política denominó «la guerra de todos contra todos» (Hobbes).