Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, de 193 países, únicamente 22 están liderados por jefas de Estado y de gobierno.
También se debe mencionar que, de los 35 países que conforman la región americana, solo en 2 las mujeres ocupan actualmente la primera magistratura luego de haber sido elegidas de manera democrática: Mia Mottley en Barbados y Paula-Mae Weekes en Trinidad y Tobago. El androcentrismo aún es muy usual en los espacios de interacción y de poder, ya que el ámbito público y, por ende, los cargos de poder siguen siendo tradicionalmente designados a los hombres.
Es interesante cómo, por la pandemia, se han escrito diversos titulares en los cuales se reconoce el actuar de las pocas mujeres, algo inusual a lo que se presenta regularmente de la imagen pública de las gobernantes, a quienes siempre se les pone en duda su gestión y su capacidad de ejercicio del poder por su condición de género. Las notas de prensa de los últimos meses han evidenciado la labor de ellas, principalmente en Europa y Asia. Así, se leen titulares como «Coronavirus: las siete mujeres que están al frente de algunos de los países que mejor están gestionando la pandemia», «ONU Mujeres: 16 presidentas y ministras son líderes en crisis de covid-19, pero aún hay barreras» o «Las mujeres que lideran varios países están haciendo un trabajo desproporcionadamente excelente para manejar la pandemia de coronavirus; entonces, ¿por qué no hay más de ellas?». El denominador común en los contenidos es «el buen trabajo abordando la crisis por covid-19».
Todo esto motiva un análisis más profundo de la estructura social en cuanto a la visión del mundo y del ejercicio del poder. Acá se plantea la antítesis de la transmasculinización, fenómeno que se presenta en todas las personas sin discriminación alguna, aunque en este caso principalmente en las mujeres, al ser estas el sujeto político en cuestión y quienes ante la crisis han anulado dicho proceso.
Cuando se habla de transmasculinización, se hace énfasis, en este caso, en cómo las mujeres son expuestas a un sistema hegemónicamente androcéntrico, patriarcal, machista y misógino, en el cual a ellas se les exige el doble de esfuerzo y se las censura y juzga por querer despojarse de roles sexistas y por buscar ocupar espacios tradicionalmente destinados a los hombres.
Es válido, por tanto, generar una reflexión individual y colectiva para inquirir, en todos los espacios de relacionamiento social, por qué no hay más mujeres en cargos de poder.
Se puede afirmar que, a través de su política, las jefas de Estado y de gobierno que han sido reconocidas en los distintos medios de comunicación por su buena gestión de la pandemia han anulado el proceso de transmasculinización, tomando en consideración que, por el simple hecho de ser mujeres, no fue fácil para ellas acceder a un cargo de elección popular. Con todo, se suma la presión sociocultural y política, que tiene un doble peso o una doble carga moral contra ellas, ya que las expectativas hacia las mujeres están condicionadas por una visión del mundo androcéntrica y patriarcal, ante la cual ellas deben posicionarse de una forma u otra, teniendo como riesgo principal obviar su condición de género y reproduciendo los ya conocidos modelos tradicionales del poder hegemónico a nivel global, de los cuales nadie es ajeno. O, en caso contrario, tras un proceso de reflexión de la condición de género de ellas mismas y de sus pares, se puede optar por correr el riesgo manteniendo una postura firme y demostrando una nueva forma de ejercicio del poder político para la cual muchas sociedades conservadoras no están preparadas y la cual muchas otras aún no logran visualizar.
Pese a la imagen positiva de las mujeres que manejan la crisis mostrada por algunos medios, una importante cantidad de estos sigue cuestionando las capacidades por género, con titulares como «¿Están las mujeres mejor dotadas para resolver la crisis de la covid-19?», en el cual, con cierto amarillismo, de manera subrepticia se cuestiona la capacidad de gestión de ellas por su condición de mujeres.
Es válido, por tanto, generar una reflexión individual y colectiva para inquirir, en todos los espacios de relacionamiento social, por qué no hay más mujeres en cargos de poder. La interrogante estará latente indefinidamente, hasta que la razón hegemónica del poder político tradicional deje de enjuiciar las capacidades del sujeto político a partir del género.