Y dentro de todas estas historias de amor, ninguna como la del Cantar de los Cantares. Junto con la historia de Cleopatra y Marco Antonio, la de Albert Camus y María Casares, la de Diego Rivera y Frida Kahlo, la de Martin Heidegger y Hannah Arendt y la de Sartre y Beauvoir, la que engloba el romance entre Salomón y la reina de Saba es de las más interesantes.
Sin embargo, no se deben despreciar las otras citadas. Por ejemplo, Sartre y Beauvoir son un caso particular, sin duda. Aunque amante de Sartre, Beauvoir fue además amante del escritor estadounidense Nelson Algren y del escritor y cineasta francés Claude Lanzmann. En cuanto al último, Simone confesó públicamente una pasión loca que ahora puede confirmarse en la correspondencia privada que ha sido vendida por la casa Christie’s a la biblioteca Beinecke, de la Universidad de Yale. En la obra El segundo sexo, Simone afirmó de Lanzmann lo siguiente: «Soy tu esposa para siempre». Sin embargo, durante el funeral de Sartre, Beauvoir se desmayó al menos dos veces. Y así, una relación tormentosa de amantes. Se puede citar también el caso de la famosa escritora de novelas eróticas Anaïs Nin, quien sostuvo un tórrido romance con June Mansfield y también con el famoso escritor Henry Miller. De hecho, este es uno de los triángulos amorosos más controvertidos del siglo XX. Anaïs tenía entonces 28 años. Miller, 40. Y cuando lo sedujo la primera vez, Hugh Guiler, primer esposo de Nin, dormía en la habitación contigua. ¿Y qué decir del tórrido romance entre Heidegger y Arendt? Ella, judía. Él, un simpatizante del nazismo. Hoy, gracias a lo publicado en los Cuadernos negros, está claro sin duda alguna que Heidegger fue un antisemita. Sin embargo, su romance con Arendt fue pasional: él, profesor de universidad; ella, su alumna. Visitas permanentes a su despacho, luces que se encendían y apagaban, puertas que se abrían y cerraban y un sinfín de mensajes cifrados.
¿Qué tiene la relación de amantes que la hace tan particular?
Quizá habría que explorarla en una de las relaciones de amantes más conocida: la de Salomón y la reina de Saba. Dicho sea de paso, es curioso que la tradición cristiana suponga la inspiración divina de este texto (Cantar de los Cantares) porque he aquí precisamente lo interesante: la relación entre Salomón y la Sulamita (la reina de Saba) fue una relación extramarital, y no, como tiende a enseñarse desde los altares, un ejemplo del matrimonio ideal. Salomón tenía un harén de más de 700 esposas y concubinas, pero solo tenía ojos para esta joven virgen negra que llegó a visitarlo.
La tradición cristiana habrá intentado suavizar esta relación de amantes haciéndola pasar por esposos, pero la tradición original, la judía, donde no hay una vena que intente desexualizar, pone las cosas como son.
Sobre esta relación extramatrimonial, el Cantar de los Cantares expresa la frase «אני דודי ודודי לי» (ani le dodi ve dodi li), que traducida significa: «Yo soy de mi amado y mi amado es mío». ¿Acaso no es este el sentir del Jehová del Antiguo Testamento con su pueblo? ¿Acaso no es este el sentir de Cristo del Nuevo Testamento con su Iglesia? Porque la relación de amantes, como nos enseña el Cantar de los Cantares, es una relación en la cual la expresión del deseo sin represión resulta primordial. Por eso, cuando fray Luis de León hizo su traducción del Cantar de Cantares de Salomón, no dejó de colocar en cada inicio de capítulo la declaración que aparecerá en boca de cada amante: Así, en el capítulo 1 leemos la declaración de la amante: «Béseme de besos de su boca, que buenos [son] tus amores más que el vino». Y en el capítulo II, la declaración del amante, que dice: «Béseme de besos de su boca».
Y luego, las frases más eróticas de un libro que es parte de la tradición bíblica y que está inspirado en una relación extramatrimonial: «Ábreme, amada mía, compañera mía, paloma mía, perfecta, pues mi cabeza está empapada de rocío y mis cabellos del sereno de la noche». «Ya me he quitado el vestido. ¿Cómo ponérmelo de nuevo?». «Mi amado metió la mano por la abertura, y mis entrañas se conmovieron por él».
En toda la poesía amatoria, el motivo del joven que arriba a la puerta de su amada es más que conocido. Luego de presentarse, endulza su oído («amada mía, paloma mía, perfecta») y apela a su compasión («mi cabeza está empapada de rocío»). Dicho sea de paso, ¿acaso la mujer no podría responder: «Vete a tu casa, que ya es tarde»? Otro punto interesante, el momento cuando este encuentro toma lugar: la noche, el momento cuando todos descansan, cuando nadie los ve, propicio para entregarse al amor. En esta misma línea podría decirse que la expresión «mi cabeza está empapada de rocío» no es más que una metáfora sobre la excitación sexual del amante, a quien la amada responde: «Ya me he quitado el vestido. ¿Cómo ponérmelo de nuevo?». «Mi amado metió la mano por la abertura, y mis entrañas se conmovieron por él». Juzgue usted, estimado lector. Pero es muy probable que Salomón y la Sulamita hayan superado el poema de Catulo sobre los amantes de los mil besos.
Mientras algunos celebran el placer por la tortura y otros por violar las leyes de la física, también se podría celebrar el amor de los amantes.
Vaya historia de amantes la que la inspiración divina nos permite conocer en el corpus de la Biblia. La tradición cristiana habrá intentado suavizar esta relación de amantes haciéndola pasar por esposos, pero la tradición original, la judía, donde no hay una vena que intente desexualizar, pone las cosas como son. «Ani le dodi ve dodi li» son palabras de una relación extramatrimonial.
Hay otra historia, poco conocida, de dos amantes franceses: Anette y Danielle, que vale la pena mencionar. Su historia, producto de vino y de versos, es épica y podría rivalizar con el Cantar de los Cantares. Algunos de sus versos libremente traducidos son:
«Amado. Cuando me besas, sé que estoy vivo, pues al respirar tu aire mi corazón sana.
»Amada. Y si cuando me besas vivo, cuando me miras puedo morir en ti. Luego despierto y te amo como nunca solo para volver a besarte.
» Amado. Y en piedra quiero grabar para siempre mi beso en ti, y pinten un lienzo del momento cuando el mundo fue perfecto: cuando te penetré.
»Amada. La coreografía armónica de nuestros cuerpos, la fuerza, su ritmo. Dime, amor: ¿alguna vez soñaste con detener el tiempo? Porque te aseguro que ya somos dueños de él.
»Amado. Quería hallar un camino hacia tu corazón, pero me perdí en tus ojos. Pero ahora sé que tu corazón tiene un acceso: con besos lentos, suaves y eternos. Bésame una vez más y me quedo para siempre.
»Amada. Tambores, olas, cantos, gritos victoriosos. ¿Los escuchas? Te pregunto en medio de una danza de labios que nos une eternamente».
Mientras algunos celebran el placer por la tortura y otros por violar las leyes de la física, también se podría celebrar el amor de los amantes.