Durante meses, el gobierno del presidente Morales ha parecido una barca sin rumbo, a merced del viento y con un comandante anodino.
Entre la mayoría de los analistas había una suerte de consuelo: al menos no salió taimado y calculador, al estilo, por ejemplo, de su predecesor, Otto Pérez Molina. Había una opinión generalizada de que, pese a cierta dificultad, por la naturaleza del cargo y su profesión previa, el presidente Morales era bienintencionado.
Esa imagen idílica y hasta algo tierna del señor presidente ya es solo un mal recuerdo. En los últimos días han aparecido indicios de una determinación y una fuerza que antes no tenía, de manera que, para algunos, Morales se ha convertido en el auténtico líder que un día los guatemaltecos soñamos: aquel personaje que con su mano firme y prodigiosa podía liderar el camino en estas horas de angustia e incertidumbre que vivimos. Lamentablemente, parece que el lado de la historia que el presidente Morales escogió es el del camino de regreso a un pasado que él mismo prometió que no recorrería. Su mensaje «ni corrupto ni ladrón» se convirtió muy pronto en su principal enemigo, ya que hoy parece ser la mejor versión de lo que un día criticó tanto: el arte de mentir, confundir, dividir y gobernar a base de promesas vacías, aquellas que se pronuncian solo del diente al labio.
Muy a tono con la imagen de valores con la que siempre se revistió, su mensaje a la nación en el marco de la celebración de la independencia no pudo estar más cargada de simbolismo, ya que pronunció un eslogan de lo que podría caracterizar su mandato de aquí en adelante: «El alcázar no se rinde», que alude a un famoso pasaje de la guerra civil española y con el cual deja claro que, pese al asedio al que sea sometido, su misión es atrincherarse en las cuatro paredes del palacio presidencial y escudarse en los aliados poderosos que ahora lo cobijan, como el alcalde Álvaro Arzú y los 104 diputados que ahora lo protegen desde el palacio legislativo.
Lamentablemente, la historia juzgará severamente a Jimmy Morales. Los libros de historia, en un futuro no muy lejano, registrarán la moraleja de un cuento que pudo ser, pero que no fue: la de un presidente que tuvo todo a su favor para tomar esa determinación y ese carácter que hoy demuestra, pero no para defender sus mezquinos intereses y los de su familia, sino para construir un país cualitativamente diferente, en el que las muy arraigadas prácticas de corrupción y cinismo se desterraran para siempre.
Desde el primer momento en el que decidió, al amparo de mezquinos consejeros, tramar una visita secreta y sorpresiva al secretario general de la ONU, la trama de esta tragedia nacional empezó a construirse: la de un presidente que aprovecha todo su poder y toda su influencia para intentar ser el Luis XIV de la Guatemala de hoy, aquel que cree estar más allá del bien y del mal y que sabe almacenar toda clase de armas para su defensa, incluyendo hacer alianza con todo aquel que pueda garantizarle salir adelante en sus mezquinos intereses, aun si eso significa estar del lado de los personajes más oscuros y cuestionables de nuestro país.
Olvida el señor presidente que los períodos presidenciales son cortos (afortunadamente, en este caso) y que dos años y medio se pasan rápido. Aun si el alcázar no se rindiera, tarde o temprano deberá enfrentar los fantasmas que hoy ha desatado, y la moral de la que tanto alardea el día de hoy le pasará factura.
Lamentablemente, el daño moral está hecho. Hoy tenemos una patria deshecha, pero no por la acción del colombiano y de la fiscal, como dicen las furiosas huestes que defienden a Morales, sino por la de todos aquellos que como el presidente nunca aprendieron que, aunque se puede negociar todo, hay algo que no se negocia: los principios.
Mientras no desterremos las prácticas corruptas y autoritarias con las que los actores políticos y económicos construyeron el país de la eterna robadera, Guatemala será cualquier cosa, menos una casa común donde quepamos todos. ¡La división, la violencia y el subdesarrollo están garantizados por muchos años más!