Hace unas pocas noches tuvimos la oportunidad de observar un maravilloso eclipse total de luna.
Fue suficiente salir al patio, a la calle (un poco abrigados, eso sí, o quizá no), y dirigir la mirada al cielo para que allí, casi a un toque de la mano, a un parpadeo, a un entrecerrar los ojos o tenerlos más bien totalmente abiertos, se nos develara cómo, en un tiempo más bien breve, el astro de la noche pasó de la luz a la oscuridad y luego también completó el ciclo de volver a ser reflejo de su estrella.
En mi caso, lo observé unos cuantos minutos, los suficientes para recordar que en el mundo se sobrevive si de vez en cuando observamos la grandiosidad del universo arriba y la belleza de nuestro entorno natural abajo. Contemplar estos espacios nos ayuda a desprendernos de aquello que nos agrede y molesta. Recordamos, entonces, que existen la poesía, la música, la pintura, el cine, el arte, la filosofía.
Nada más exacto que las muestras de la naturaleza para darnos lecciones de vida. Y las que nos dan los astros a lo lejos, en su magnificencia e indiferencia por todo lo que no sea cumplir con sus propias reglas, son, además de puntuales, hermosas.
Leo el eclipse como si fuera un texto. En mi diáfana ignorancia científica, apenas descubro lo que dice en alguna página en Internet: «luna de sangre», por su color rojo oscuro, no negro, que caracteriza a este oscurecimiento lunar. ¿Qué significa un eclipse en el siglo XXI? Para mí, además del asombro, la oportunidad de escribir estas palabras. Para otros, quizá un clic y verlo en todo su esplendor en la pantalla de su computadora, en su teléfono. O tal vez nada. Como muchos eventos que pasan a nuestro alrededor.
Lo observé unos cuantos minutos, los suficientes para recordar que en el mundo se sobrevive si de vez en cuando observamos la grandiosidad del universo arriba.
Yo me quedo con el espectáculo y la reflexión: la naturaleza es sabia en sus enseñanzas. Parece ser que, si no todo, al menos algunas cosas, aunque parezcan oscurecerse por épocas, tarde o temprano, más lentamente o más rápido, siempre terminan mostrándose tal como son. Es ineludible. La naturaleza cumple su ciclo como la fórmula del agua es H2O.
Para terminar, tres poemas, de tres épocas distintas, que nos hablan de eclipses y de lunas.
Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre
Lope de Vega (1562-1635)
Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,
y en eclipse mortal las más hermosas
estrellas, nieve ya las puras rosas,
y el cielo tierra, en desigual costumbre.
Tierra, forzosamente pesadumbre.
Y así, no Atlante, a las heladas losas
que esperan ya sus prendas lastimosas.
Sísifo sois, por otra incierta cumbre.
Suplícoos me digáis, si Amor se atreve,
¿cuándo pesó con más pesar, Fernando:
o siendo fuego, o convertida en nieve?
Mas el fuego no pesa, que, exhalando
la materia a su centro, es carga leve;
la nieve es agua y pesará llorando.
La luna
Jaime Sabines (1923-1999)
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y a las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues
y dales la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
Volar, Buñuel, a la ciudad del resplandor final
José Roberto Leonardo (1984)
La luna,
ojo gris,
órbita de sangre
en las aguas traslúcidas
del sueño.
La poesía,
el reflector
para un teatro vacío,
el Gillette
para cortar la luz.