Dos errores graves

Recientemente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) concedió una interesante entrevista al grupo noticioso Milenio.

Sin duda, la entrevista pasará a la historia como una de las mejores interlocuciones que el candidato de Morena haya tenido con los medios mexicanos. Y no es para poco, dado el historial de relación que AMLO ha tenido con los medios. Sin embargo, no sería honesto no reconocer que, en los últimos dos años, AMLO se ha dado a la tarea de acceder a todo entorno mediático que lo ha invitado pese a tener ahora una ventaja de 12 puntos, lo que cualquier otro candidato tomaría como una ventaja final y por lo cual recurriría a la conocida táctica de evitar cualquier foro para no afectar las encuestas. La entrevista en mención puede verse aquí.

Sin duda, la cuestión con AMLO ha dejado de ser rehuir de los medios o atacarlos cuando estos lo increpan. De hecho, en más de una ocasión, en el transcurso del presente año se ha presentado en entrevistas con analistas de Televisa, estructura mediática que abiertamente cuestiona su candidatura. Se ha presentado en los programas Tercer Grado y La Silla Roja, así como en noticieros de Televisa con Loret de Mola, entre otros. Dicho sea de paso, vale la pena revisar esta entrevista realizada en febrero de 2018.

El problema con AMLO es su falta de congruencia en propuestas específicas de política pública, que no abonan a atenuar los temores que giran en torno a su candidatura. De nuevo, no se trata de someter a AMLO a una crítica a la cual no se somete a los otros candidatos a la presidencia, pero sí de generar un debate técnico con la candidatura que parece —por el momento— ser la propuesta ganadora. Porque hay ideas para nada lógicas en la candidatura de AMLO.

La primera idea provocadora es la propuesta de amnistía para los narcotraficantes. La justificación —me parece— a esta propuesta subyace en el reconocimiento de que las medidas de tipo coercitivo aplicadas hasta el momento no han tenido ningún resultado prometedor. Sí, las iniciativas de seguridad más importantes del actual gobierno fracasaron todas, y el gobierno de Enrique Peña va a concluir con un volumen de violencia mucho mayor que el de los años de Felipe Calderón. Sí, la estrategia de utilizar solamente al efectivo militar ha sido un craso error que solo ha producido dos cosas: 1) daños colaterales (lo que para muchos realmente son padres, hijos y hermanos muertos en el fuego cruzado) y 2) ejecuciones extrajudiciales. Todo lo anterior abona a un sentimiento de desesperación que termina por plantear a gritos lo siguiente: ¿qué demonios hacemos con el narco? La desesperación, en efecto, es mala consejera, y AMLO no parece reparar en que perdonar conductas tales como el asesinato, la tortura y el secuestro en el caso de los carteles es un error, ya que dichos comportamientos son el resultado de la simple búsqueda del lucro, y no de un proyecto alternativo de gobierno. Las amnistías planteadas a grupos levantados en armas contra el Estado suponen que con el otorgamiento de garantías se logra que abandonen las armas. Pero hay una lógica: han sido derrotados militarmente y negociar les permite no solo sobrevivir, sino buscar una forma democrática al proyecto. Pero ¿los carteles? ¿Sería esta una amnistía solo para los carteles tradicionales? ¿Se incluiría, además, a los microcarteles, que carecen de liderazgos claros? AMLO debería centrarse en lo que ha sido su mensaje inicial: a) el énfasis en la política preventiva (la política social de rescate) y b) fortalecer los cuerpos de seguridad civil que hasta la fecha no reciben el monto estipulado.

El segundo error de conceptualización por parte de AMLO fue objeto de discusión en la entrevista realizada por el grupo Milenio. Un error gravísimo, por cierto. A la pregunta sobre si bajo su gobierno se universalizaría el matrimonio igualitario en todo el territorio nacional (actualmente solo la ciudad de México contempla esta figura jurídica), AMLO respondió: «Vamos a consultárselo a la ciudadanía». Ante esto, sus interlocutores inmediatamente le increpan sobre si los derechos humanos se deben llevar a consulta popular, cuestionamiento que el candidato de las izquierdas tampoco pudo resolver. Se entiende que, por razones de estrategia electoral, no responda de forma categórica para evitar que un tema tan sensible (el matrimonio igualitario) le reste votos. De hecho, muchos partidos de izquierda pierden mercado electoral por jugar esta carta. Pero, la verdad, en dicha entrevista su respuesta debería haber sido un no categórico: «Los derechos humanos no pueden llevarse a consulta. Y cuando el matrimonio igualitario se legisló en la ciudad de México, no hubo fin del mundo». ¿Tan difícil era la respuesta?

Si a AMLO le gusta la idea de las consultas permanentes a la ciudadanía (una práctica muy común llevada a cabo durante su gestión como regente de la ciudad de México), al menos debe comprender cuándo este instrumento es útil y cuándo no lo es. Es legítimo que admire la práctica instaurada por el chavismo y por el grupo parlamentario español Podemos de reducir las distancias entre la calle y el partido, pero, si AMLO pone a consulta el tema del matrimonio igualitario en un país como México, seguramente tendría de respuesta un rotundo no. Y, en razón del principio de respetar la voluntad mayoritaria, tendría que aceptarlo.

Con reconocer que las masas (muy a menudo o, cuando menos, a veces) se equivocan no se está siendo de derechas, sino se está evitando una posición idílica. AMLO, que se ha presentado como un lector adicto de los clásicos, no podrá olvidar que Sócrates fue condenado a muerte injustamente por los gritos apabullantes de la mayoría. Desconfiar de la oclocracia no es un tinte de facho, sino una lección muy bien enseñada por los antiguos griegos. Entonces, AMLO (quien además ya tuvo experiencia de gobierno) debería reconocer sin temor alguno que la voluntad popular no siempre tiene el criterio técnico y que, sobre todo en materia de derechos humanos, es preferible una salida schumpeteriana, con decisiones tomadas por las élites políticas. El mejor ejemplo fue la misma ciudad de México. La implementación del matrimonio igualitario, de una ley de salud reproductiva y del aborto (no por razones de violación previa ni para proteger la vida de la mujer en un caso de complicación médica, sino por el simple deseo de realizarlo) [1] fue una valiente decisión de la Asamblea de Gobierno de la ciudad de México, que entendió la necesidad de sentar la agenda y de modernizar el país. Sin el humor popular y sin un mandato claro sobre el tema, actuaron con base en sus principios. La clase política hizo lo debido.

En este tema, AMLO se equivocó. Es falsa la prescripción de Locke y de Paine de fiarnos ciegamente en el sentido común ciudadano. Ojalá AMLO corrija, pues tiene la oportunidad histórica de romper con el pacto de corruptos que ha desangrado a México.

 


[1] En este caso, de opción voluntaria, la mujer tiene hasta la decimosegunda semana de gestación como plazo máximo para hacer uso de esta posibilidad.

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