Si el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Guatemala (CIAG) decide otorgar un reconocimiento de distinción al ministro de Ambiente, Alfonso Alonzo, habrá rechazo.
Lo hubo el año pasado, en mayo, cuando dicho ministro dijo públicamente que no era necesario tener experiencia para liderar la cartera ministerial, que su puesto era solamente político. Como si lo político no tuviera que ver con la experiencia y el conocimiento. Es el mismo ministro mentiroso que viajó en un helicóptero de una supuesta hidroeléctrica para votar en el diferendo de Belice y que, antes de aceptarlo, sobrevoló supuestos incendios y luego juró haber pagado Q12,000 para que lo llevaran a ejercer su derecho ciudadano.
Pero la junta directiva del CIAG parece que lo olvidó. Aplaudió a un ministro con varios y serios señalamientos. Como seña de agradecimiento por la firma de un convenio para fortalecer capacidades técnicas, decidió distinguir al funcionario como un «miembro honorario». Premiarlo por hacer su trabajo: vaya logro.
Celebro y agradezco la respuesta de los miles de agremiados y de los estudiantes de las disciplinas que forman parte del colegio. En un país donde estamos acostumbrados a darles premios a los corruptos y a los cínicos, tuvimos una lección de dignidad. La indignación de estudiantes y de profesionales de las ciencias agrícolas, forestales y otras generó tal presión sobre la junta directiva en funciones que esta tuvo que dar marcha atrás. Reconoció, en un amplio comunicado, que se debe a sus agremiados, que representa a estos y que no puede hablar antojadizamente por otros.
En un país donde estamos acostumbrados a darles premios a los corruptos y a los cínicos, tuvimos una lección de dignidad.
La crítica a este reconocimiento nos recuerda el valor de los gestos políticos de esta naturaleza. La admiración gremial y el respeto profesional no son actos vacíos. Un gremio de verdad profesional reconoce en alguien de su comunidad la dignidad y la ética, el aporte a una disciplina y el esfuerzo en esta. El trabajo de todos da sentido al reconocimiento de una sola persona.
Yo crecí con un ingeniero agrónomo, uno de los 7,800 agremiados. Este año cumple 50 años de haber ingresado a la Escuela Nacional Central de Agricultura, la ENCA. De él aprendí a maravillarme con la belleza de los higos del jardín, de las flores que encontrábamos en el camino y de los aguacates que nunca faltaron en la casa. Lo vi disfrutar de los duraznos y contarme cómo necesitan del frío para madurar. Y también me habló de política: así como hay ley del campo (eso que significa agronomía), también los hombres y las mujeres necesitamos no olvidar nunca que nuestra dignidad se defiende y se cuida para que nunca deje de crecer recta.
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