Día internacional de los abrazos

El abrazo es una muestra de afecto que suele practicarse en las sociedades occidentales como un hecho cotidiano. Nos abrazamos al encontrarnos, cuando nos despedimos, al celebrar un cumpleaños o en un funeral. El abrazo constituye, sin duda, una de las manifestaciones más espontáneas en la cotidianidad.

En algún lugar que no recuerdo, leí que para ser o mantenernos felices necesitamos, al menos, 12 abrazos diarios. Antes de la pandemia procuraba darlos y eso era posible porque entre familiares y compañeros de trabajo con quienes ya mantenía cierto nivel de confianza lograba unos días más otros menos alcanzar la meta. Ese contacto humano sincero y desinteresado bastaba para que cada día fuera una experiencia edificante y equilibradora.

Pero vino la pandemia y con esta el encierro. Primero, antes de la vacuna, el miedo al contacto y el alejamiento. Esos efectos emocionales del que tanto hablan los psicólogos y otros especialistas aún no han empezado a verse, pero sí ya los experimentamos. Nada más nos dieron la posibilidad de salir sin mascarilla y pese a la posibilidad real del contagio la mayoría de personas se lanzó a las calles, a los centros comerciales, a tratar de recuperar el tiempo perdido, el contacto con los otros. Un desborde total.

Esto, según parece, aunque en dimensiones menores, lo visualizó «Kevin Zaborney, un pastor especialista de Michigan cuyo trabajo era tratar a delincuentes juveniles en Boysville en Mount Morris. Él fue el hombre que soñó con crear el Día Nacional de los Abrazos» (Telecinco.es). Sucedió en 1986, varias décadas antes de la pandemia por COVID-19 y solo como producto del estrés que, para ese entonces, observó vivían estas personas. Hizo las gestiones pertinentes y ahora se celebra el Día internacional del abrazo cada 21 de enero.

Poco se habla del efecto curativo del abrazo. Como seres gregarios, los humanos necesitamos de este contacto desde el nacimiento hasta la muerte. Por ello, entre otras cuestiones, en un mundo de soledades y abandonos, están ahí desde los muñecos de peluche hasta las mascotas, que juegan también un rol protagónico. Si no se puede abrazar ni ser abrazado por un humano se tiene al menos un objeto, o con más suerte una mascota que está ahí no solo para escuchar cuando hablamos solos sino también para dejarse abrazar según su propia naturaleza.

El abrazo ya sea real o simbólico, físico o cibernético, puede cambiar un destino, una decisión extrema, un final sin retorno

El abrazo ya sea real o simbólico, físico o cibernético, puede cambiar un destino, una decisión extrema, un final sin retorno. Es la expresión del afecto, de la amistad, del amor entre padres e hijos. Es asimismo muestra del perdón, del nuevo inicio, de la continuidad, de la comprensión, de la alegría, de la tristeza, del amor de pareja.

Releí por estos días «El libro de los abrazos», de Eduardo Galeano. Para quien aún no lo haya leído podría confundirse y creerse que es una oda al abrazo. Lo es y no lo es. Por un lado, es una especie de continuidad de su «Memoria del fuego», los relatos breves que ya no tuvieron cabida en esta trilogía.  Por otro lado, esas historias breves son un rebozo de palabras que nos abrazan hasta lo más profundo, recordándonos la hermosura de ser humanos.

Este día de los abrazos comparto cómo hace algunos años me enseñaron a abrazarme en tiempos de soledad y poco contacto: nos sentamos en una silla con la espalda recta y la cabeza ligeramente inclinada al frente. Cerramos los ojos y respiramos con naturalidad. Colocamos la mano derecha sobre el corazón y, encima de esta, la izquierda y a continuación presionamos un poco. Luego, de manera lenta y suave movemos ambas manos en la dirección de las manecillas del reloj tantas veces como lo deseemos. Así, aunque estemos solos, nos abrazamos con amor.

 

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