Hace una semana, Ana me contó que su hermana estaba desaparecida. Ana tiene 18 años y recién acaba de venir a trabajar a la ciudad. Me preocupó la ansiedad en su mirada y la desesperación que por días había estado invadiendo su mente y su cuerpo.
Al cuarto día recibí una llamada del hospital Roosevelt. Sin preguntarme nada, la persona que me llamó empezó a explicarme que los pacientes no pueden salir del hospital sin autorización del médico y que en todo caso es un pariente quien lo puede autorizar.
En ese instante, la información me cayó como vaso de agua fría. Tomé los datos y le transmití toda la información a Ana, quien sin saber qué hacer me miraba con ojos de angustia. Clara, su hermana, no tenía papeles. Si hubiera muerto habría sido una XX más.
Y estuvo cerca de haber muerto. Clara fue internada en el hospital porque estaba embarazada y se sacó el bebé. Cuando iba en la camioneta empezó a sudar, a tener convulsiones, y una mujer la llevó al hospital de emergencia. No era la primera vez que pasaba. Tiene dos hijas vivas y cinco muertos, incluyendo a este. Así, con esos términos, me lo contó Ana.
La visita en el Roosevelt fue impactante. Clara tenía dos noches de no dormir en cama. A pesar de que no podía salir del hospital porque sus condiciones de salud no lo permitían, no había espacio para que ella durmiera en una cama. Estaba en una silla. Y eso es lo de menos.
Hace pocos días leí un artículo en Nómada sobre el aborto y la libertad de la mujer de decidir qué hacer con su cuerpo. La historia que cuenta Daniela es una historia con la que seguramente muchas de las que leemos medios digitales podemos identificarnos. Y está bien. Uno escribe sobre lo que uno conoce, sobre sus experiencias y visiones del mundo. Pero muchas veces, en el debate de temas como el aborto, no vemos la complejidad de la situación. Y entonces las soluciones parecen sencillas.
Daniela explica en su artículo que el aborto es un tema superado en los países desarrollados. Sin embargo, eso no es del todo cierto. El mejor ejemplo es la sentencia del Tribunal Constitucional de Alemania respecto a este tema. La sentencia se dictó en 1993 y constituye un referente en el mundo respecto al aborto. Dentro de las condiciones de unificación de las dos Alemanias estaba la creación de una ley que armonizara el aborto en el país. Pero esta fue sujeta a una inconstitucionalidad que analiza elementos que quizás contribuyan a la discusión en Guatemala.
En Europa, desde hace un tiempo (y sobre todo en la Constitución alemana) se enfatiza el tema de la dignidad humana. Y con la dignidad del ser humano como punto de partida se establece que el aborto no debe ser analizado desde una perspectiva exclusivamente penal. Es por eso que el sistema alemán permite el aborto como una situación excepcional y obliga a la mujer a recibir asesoramiento. El Estado desempeña un papel mucho más activo en la protección del no nacido y de la mujer. En ciertos casos asume el costo del aborto y en otros ayuda económicamente a la mujer que decide dar a luz.
Yo creo en el aborto en casos excepcionales: menores de edad, violaciones y cuando peligra la vida de la madre. Además, creo en las pastillas del día después. Considero también que en los casos anteriores el aborto tiene que tener un plazo. No es hasta los seis meses. Mi postura se basa en la libertad, pero, como todo derecho, este se ve limitado. Y el límite es la responsabilidad que tenemos de no dañar a otros.
Ahora, el argumento libertario es válido en historias como las que cuenta en su columna Daniela, una chica educada, con acceso a anticonceptivos… Pero no sé si es válido en el caso de Clara, una mujer indígena de 27 años, analfabeta, del interior, empleada doméstica… Este y otros son los temas que tenemos que discutir al abordar el tema en Guatemala.