Destruir la democracia y jugar con fuego

La democracia guatemalteca se ha desarrollado en condiciones en las que existen fallos sistemáticos. Estos fallos se han agravado y parece que se dirigen a un punto de inflexión.

La aparición de figuras sacadas de la fauna más variada, de comedias malas y novelas policiales (delincuentes de todo tipo), que resulta tan evidente en distintos procesos electorales, incluyendo el actual, es producto de ciertas condiciones. La impunidad y la corrupción con la que actúan figuras políticas y económicas, sin que existan instancias independientes que limiten o corrijan su actuación, ha hecho metástasis en la institucionalidad del país.

Después de CICIG y el intento de construcción de una institucionalidad menos parcial y arbitraria, se ha sucedido una serie de hechos y medidas que han hecho retroceder las posibilidades de justicia y de libre juego político. En otras palabras, la impunidad y la corrupción parecen haberse librado de los frenos que se intentaron construir.

Coparon los distintos poderes del Estado y no existen contrapesos

De hecho, los actores políticos y económicos parecen haber aprendido y perfeccionado sus formas de actuación. Coparon los distintos poderes del Estado y no existen contrapesos. De allí el freno, dificultades y obstáculos de llevar a procesos judiciales a criminales que provienen de las esferas de poder. Pero también la facilidad de actuar impunemente (como en el caso del fraude electoral en la Usac) o de perseguir a figuras que se oponen a la corrupción e impunidad.

Otro fallo sistemático es la desigualdad de oportunidades de participación política que se genera en la propia desigualdad de la sociedad guatemalteca, en las condiciones de pobreza que han aumentado (¡ya le ganamos a Haití!) y en una poco organizada clase media. De esta desigualdad y sus consecuencias (falta de salud, educación) también se deriva una cultura política que parece conformarse con el estado de cosas.

¿Hasta qué punto se puede hablar de democracia con fallos tan graves como la impunidad y la corrupción, la fuerte desigualdad y la exclusión sistemática de figuras de oposición?

Adicional a esto, desde el proceso electoral de 2019 se pudo observar claramente la obstrucción de candidaturas que son molestas para el sistema político establecido. No se dejó participar a Thelma Aldana que podría haber estado entre los primeros lugares en la elección pasada. Ahora, vemos que Jordán Rodas sufrió un fraude en las elecciones en las que participó en la Usac y que tampoco se le deja participar en este proceso electoral junto a Thelma Cabrera.

¿Hasta qué punto se puede hablar de democracia con fallos tan graves como la impunidad y la corrupción, la fuerte desigualdad y la exclusión sistemática de figuras de oposición? Se supone que la democracia implica la posibilidad de elegir y ser electos. Es la definición básica. Pero si se impide la participación a figuras con potencial para disputar las elecciones, se deja sin opción a miles de votantes, entonces estamos hablando que a los fallos sistemáticos se le suma una condición que reduce drásticamente el contenido democrático.

Hasta el momento, parece que el poder ha jugado bien. Se quitó a la CICIG y a las figuras institucionales que la respaldaron.  Ha encarcelado a otras (como en el caso de Rubén Zamora). Y ahora impide que quienes podrían representar una alternativa, participen en las elecciones.

¿No es esto jugar con fuego? Las revueltas y otros procesos de oposición que incluyen la confrontación directa, se han formado en situaciones en las que se incluyen rasgos como los que van caracterizando el campo político guatemalteco. Sin recursos jurídicos o políticos a los que acudir, la inconformidad y la cólera pueden crecer.

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