Defensa de un político

A punto de ser condenado por corrupción y ante la mirada rencorosa de todo su pueblo, en un arrebato de honestidad un político da esta declaración.

“Su Excelencia,

Las palabras que voy a pronunciar no son una defensa, pues eso sería inútil. El pueblo pide un culpable y un culpable le será ofrecido en banquete. Esta suerte mía no fue decidida por este alto tribunal –con todo el respeto que su investidura me merece– sino el día mismo en que perdí la batalla con mis rivales.

No, su Señoría, no vengo a convencerlo de mi inocencia. Decida usted como mejor juzgue. Pero sí vengo a decir la verdad a aquel que, entre este pueblo ingrato, quiera escucharla, aun si es uno solo. Quiero que se sepa por qué hice lo que hice y que se sepa que no fue por vileza sino todo lo contrario.

Ya ha de saber usted, su Señoría, que en este país nuestro no es el mío el primero ni va ser el último escándalo de la mal llamada corrupción. ¡Ay, si yo hablara y dijera todo lo que sé! ¡Sería ese mismo el final de la nación! Pero ha de saber usted que la nobleza de un político no conoce otra medida sino su compromiso con el Bien Común, así que callaré. Traigo esto a colación, sin embargo, porque quiero lanzarle esta pregunta: ¿No ve usted hipocresía en tanta indignación del pueblo, cuando no hay en ese pueblo quién esté dispuesto a ser una luz de esperanza?

Dicen los ingenuos, su Señoría, que quienes estamos en la política lo estamos  por el dinero fácil. ¡Si así fuera, las calles de la ciudad rebalsarían de políticos! ¿O es nuestro pueblo tan virtuoso que tantos a un dinero fácil dirían que no? De Política todos dicen ser expertos, su Señoría, pero pocos son los que la entienden y menos aún los que la dominan. ¡No hay uno entre mil que sepa hacerla bien!

Su Excelencia bien debe saber que al mundo no le faltan causas nobles por qué luchar. La libertad, la igualdad, la justicia, el orden y la solidaridad son todas ellas banderas dignas de portar y las hay otras también. ¡Pero quién hay que porte una sola de ellas por los montes y los valles, a través del río y la llanura y también en el pantano! Porque las causas nobles, su Señoría, también se luchan en el lodo y es ahí donde más frecuentemente se ganan. Partidario o rival, amigo sincero o aliado por conveniencia, de banderas similares o diferentes, yo a todos reconozco su lucha, pues –y si su Señoría no quiere creer otra cosa crea tan solo esto– tiene más mérito ante la Historia el que se mete al lodo a pelearla que el que se queda en la orilla a ver cómo otro se embarra. ¿Llegará el día en que sea diferente y sean otros los estándares? Yo creo que sí, pero no será sino hasta que nademos a la otra orilla del pantano y, para ello, primero hay que entrar en él.

 A nuestro país, la democracia llegó hace 30 años de la misma forma que los españoles hace 500. Son cientos de años que separan lo que somos, lo que decimos que somos y lo que quisiéramos ser. Dicen que no somos sinceros los políticos. ¿Pero cómo serlo si jamás se aceptaría que lo fuéramos?  ¿Cómo ser sinceros si cuando viene el llamado de la Patria tan solo aparecen los extremos cuyo fin es la destrucción mutua? ¡Por eso aquí la ley no es la ley! Por eso este juicio, su Señoría, no es sino una batalla política más, cuyo resultado aceptaré.

Haga lo que tenga que hacer, su Señoría. Pero no deje de ver en la turba que pide mi piel cómo las contradicciones se disfrazan de claridad, esas mismas contradicciones que son el pantano que nos toca atravesar y que en mal momento me llevaron a hacer aquello de lo que se me acusa.

No tengo más que decir. ¡Pero juzgue la Historia con una mejor vara!”

El silencio reinó en la sala.

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