Defendamos la democracia, pero ¿para qué?

Falta menos de un mes para las elecciones generales, y todo el ambiente está inundado de democracia y de discusiones en torno a lo político. ¡Buena noticia!, podría decirse: el fervor ciudadano se dispara para estas épocas y todo el mundo siente deseos de participar en la cosa pública. Todo el mundo participa. ¿Participa?

Aunque, si miramos la situación con detenimiento, quizá no sea tan buena la noticia. Nos politizamos solo en este momento, cada cuatro años, pero ¿qué pasa en el intervalo? ¿Solo votando estamos haciendo política?

El clima actual nos arrastra, nos fuerza a tomar partido por alguna de las fuerzas contendientes. Por supuesto que eso constituye un ejercicio político. Pero ¡cuidado!: no es el único. Y quizá es el menos importante en orden a la participación.

En este momento se habla hasta del hartazgo de democracia, de actividad política, de ciudadanía y, dada nuestra puntual coyuntura, de corrupción. Por supuesto que todo eso puede ser bienvenido. Es una inyección de espíritu cívico, para decirlo de un modo algo rimbombante. El problema estriba en que ese espíritu pareciera dispararse solo en estas circunstancias de proceso electoral. ¡Y lo político es infinitamente más que eso!

¿Somos una democracia porque cada cuatro años elegimos a nuestros gobernantes a través del sufragio? Anida allí una noción bastante restringida de democracia. Por lo pronto, ese es uno de los términos más manoseados que pueda existir. Porque en su nombre puede hacerse cualquier cosa, incluso radicalmente antitética: invadir un país, justificar un golpe de Estado, matar presidentes, etc.

Ante ello, la pregunta obligada es: pero ¿en qué demonios consiste eso de la democracia que tanto se pondera? ¿Por qué hay que defenderla tan apasionadamente?

Si nos remitimos a su sentido etimológico, ‘gobierno del pueblo’, la experiencia nos indica que lo que menos tenemos con estas democracias formales es justamente eso: gobierno del pueblo. ¿Acaso alguien en su sano juicio podría remotamente creer que con un voto emitido cada cierto período de tiempo la población de a pie, la inmensa mayoría de los mortales —el pueblo—, manda? En tanto pueblo, somos ¡el soberano!, según se nos dice insistentemente, pero la realidad nos indica que somos más ano que otra cosa.

Se nos dice que las nuestras son democracias representativas. Es decir, que el pueblo manda —a través de sus representantes—. Me pregunto (y le pregunto al lector): ¿cómo se llama el diputado que corresponde a tu circunscripción? ¿Cuántas veces te ha visitado este año para conocer tus puntos de vista? Y la alcaldía que te corresponde, ¿cada cuánto te consulta para decidir en conjunto acciones en favor de ese supuesto sober-ano? ¿En cuántas asambleas comunitarias participaste para tomar decisiones que te conciernen en el ámbito político-económico-social?

Mordazmente decía Paul Valéry que política «es el arte de hacer creer a la gente que toma parte en los asuntos que le conciernen». Debería agregarse: ¡sin que decida nada en definitiva!

¿No es eso el voto a que nos tiene acostumbrados esta democracia formal y representativa que tanto se pondera? La mitad de la población de Guatemala está bajo el límite de la pobreza, y los pueblos mayas son los especialmente castigados con la exclusión. Eso fue así con todos los gobiernos militares que siguieron al golpe de Estado de 1954. El retorno a la democracia en 1986 no alteró las cosas. Desde entonces pasaron ya siete administraciones democráticamente elegidas por el pueblo. Y la situación de base no cambió: la mitad de la población sigue bajo el límite de la pobreza, y los pueblos mayas continúan siendo los especialmente castigados con la exclusión. ¿Entonces? ¿Soberano o soberbio ano?

¿Al pueblo se le consulta para aumentar los precios? ¿Para declarar guerras? No hay dudas de que este concepto de democracia debe cuestionarse. Recordemos que, junto a la representativa, existe una democracia de base, directa. Por ejemplo, las muy guatemaltecas Comunidades de Población en Resistencia. Ellas demuestran que política no es solo votar.

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