¿De qué @%&?! Estado hablamos en Guatemala?

Los grandes pensadores que se enseñan en las aulas en las facultades de Ciencia Política siempre hablan de una voluntad popular o colectiva que decidió dar vida al Estado, a través de un pacto político. A él se le cedía parte de la libertad, por seguridad y para vivir tranquilamente en sociedad.

El Estado tenía el derecho y la obligación de defender la organización recién creada (es decir defenderse a sí mismo), por el bien de todos; haciéndolo, defendía a todos. La génesis del Estado moderno está impregnada por una cantidad de valores políticos que creían que la vida colectiva debía llevar a la armonía, que se necesitaba del de la par para vivir y vivir bien. Todo en teoría, pero digamos que estos valores siguen siendo protegidos por Estados. De ahí la admiración a los países europeos y nórdicos, por su coherencia entre política y valores políticos que una vez fundamentaron el inicio de su Estado.

En Guatemala, muchas veces se ha dicho, la independencia y el nacimiento del Estado moderno estuvo siempre ligado al temor de un pueblo que se podía encender en patrio ardimiento y al pánico de una revolución al estilo de la Revolución francesa o mexicana, que construiría un Estado popular, diferente al elitista que se formó en aquel momento. Hubo que esperar hasta 1944 para que desde el Estado se pensara en políticas públicas que construyeran una democracia y un sistema económico incluyente. El proyecto revolucionario se truncó y pasamos, uno tras otro, a gobiernos militares o bien civiles atados de manos. Llegamos a  la paz y a la democracia, y desde entonces la Ciencia Política ha dado indicadores para saber en qué tipo Estado y democracia estamos, olvidando sin embargo los valores que debían regir un Estado moderno democrático. Hoy tenemos un Estado democrático que no cree en la democracia porque no la pone en práctica, porque no le es útil.  

En pocas palabras, el Estado y la democracia que se fundaron en ese proceso de Asamblea Constituyente y firma de Acuerdos de Paz, en un lapso de 10 años, no logró lo mismo que los mismos años de la Revolución lograron, no siguieron un proyecto liberal, nos vendieron con las puertas abiertas, privatizaron servicios públicos y nos hicieron a todos hablar de paz. Muchas de las características de dictadura y autoritarismo se maquillaron de legalidad –hablo de pluralismo político sin opciones de izquierda o alternativas, de participación política restringida cada vez más por justificaciones legales, la represión es  hoy defensa del Estado de Derecho y la gobernabilidad, los medios independientes siguen siendo parte de una cadena de intereses, y así…–, y aquello que la paz nos dejó de positivo está en riesgo de perderse mientras la situación del país se vuelve cada vez más preocupante.

¿Qué Estado es el guatemalteco, frente a quién estamos? Si la Ciencia Política se quedará sólo en cuánto a las elecciones libres como parámetro central para decir si vivimos en una sociedad democrática o no, siempre seremos una “democracia” y no veremos que los resultados son limpios, pero las elecciones en este país no son libres, no cualquiera puede participar. Las sutilezas de este país son tantas y tan diversas que esconden a un Estado lobo disfrazado de piel de oveja. Un Estado que resguarda estructuras paralelas y es complaciente con las élites económicas e inversionistas extranjeros, que tiene muchos secretos y colas que machucar, pero que se defienden con mesas de diálogo de las que no sale nada, de deliberaciones ya antes planificadas, de campañas anticipadas con fondos públicos.

La Ciencia Política en Guatemala debe ser replanteada, y debe ser útil para explicar, argumentar y denunciar, lo que nos han dicho que es un Estado democrático y no lo es. Debe replantear nuevos indicadores propios para su realidad, propios para la discusión ya adelantada de lo que los guatemaltecos organizados con legitimidad popular creen que es la democracia, es decir que esto excluye a muchos partidos políticos y también algunas organizaciones sectoriales con mucha pompa que siempre ponen la tilde en la i para definir la sociedad en la que debemos vivir. 

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