Entre las lecturas del período navideño al Año Nuevo me encontré con el reportaje de Plaza Pública sobre el trabajo infantil en el corte de caña y las condiciones para los cortadores adultos.
Desde entonces, parte de aquello quedó resonando en mi cabeza, irrumpiendo caprichosamente a mitad de otros pensamientos.
Me impactan el uso empresarial de la tercerización de contratación de trabajadores temporales y la manera de desentenderse del respeto a los derechos humanos y económicos de aquellos. Bajo la lupa legal, los empresarios no están violando ninguna ley. Por medio de la tercerización, no son responsables de los trabajadores. Son asunto de otros (los contratistas). Con ello se evitan problemas de prestaciones y otros más. Esto no estaría mal si no fuera acompañado por la indiferencia sobre lo que los contratistas hagan o dejen de hacer. Que se jodan. No es más su problema. No tienen obligación de verificar el respeto de los derechos laborales. «Es obligación del Estado verificar el cumplimiento de los contratos», dicen. Saben que, por diseño, el Gobierno no tiene las capacidades para hacerlo.
Ese mismo sector gasta mucho dinero en promocionar su rostro de responsabilidad social empresarial (RSE). Me lleva a pensar que tal RSE no pasa de pura promoción de imagen, un tema de relaciones públicas, y no de prácticas humanistas.
¿Por qué esa conclusión?
No dejo de pensar en lo que representa cortar una tonelada de caña. ¿Cuánto tiempo y cuánta energía me llevaría? No solo cortarla a golpe de machete, sino cargarla a un camión. Una tonelada: 20 quintales. Creo que me dolerían todos los huesos y músculos al terminar la tarea. No podría levantarme al día siguiente, pero con ello ganaría 25 quetzales. Y, al recibir el pago, el contratista se quedaría con una quinta parte. Me quedarían 20 quetzales. El almuerzo me lo vende el contratista por 15. Me quedarían cinco. ¿Puedo mantener una familia con esa cantidad? No. Tendría que cortar muchas toneladas siete días a la semana. Los trabajadores entrevistados dicen que alcanzan a cortar dos toneladas. Tres si le meten duro. Yo no sé si sería capaz de cortar una, pero, si ellos consiguen llegar a tres, se van a dormir con 45 quetzales.
Los empresarios dicen que un buen cortador puede llegar a seis. No imagino el trabajo que eso llevaría. ¿Será cierto? Quizá todos, aunque sea una vez en la vida, deberíamos cortar una tonelada de caña.
Pienso en lo que llaman mano de obra no calificada. Es el trabajo que no requiere mayor educación ni destrezas. El que cualquiera puede hacer, como barrer, sacudir, cargar bultos o hacer mandados. No me parece que un cortador de caña sea mano de obra no calificada. Si así fuera, yo podría cortar esa tonelada sin despeinarme.
Pienso en los viejos mencionados en el artículo. Viejos cortando caña. Jubilados que quieren hacer más dinero, dicen los empresarios. No me lo puedo creer. ¿Qué puede llevar a un hombre de 65 años a tomar el machete y cortar una tonelada de caña para quedarse con 20 quetzales? La necesidad, el desamparo y la desprotección social.
Todo es tan legal: los contratos, el cálculo de trabajo para alcanzar el salario mínimo agrícola, la tercerización, el desentendimiento empresarial, el traslado de responsabilidades al Gobierno.
Cortar y cargar una tonelada de caña. Cinco quetzales para llevar a casa, si lo logro y almuerzo antes de partir.
No, no logro sacudirme estos pensamientos.
Una tonelada de caña. Veinte quintales. ¿Cuánto pesaría en mis espaldas el segundo día? ¿Veinte toneladas? Feliz Navidad. Una tonelada de caña. ¡Feliz y próspero Año Nuevo! Una tonelada de caña.
En cuanto al trabajo infantil, es un tema complejo. Sí, enseñar el trabajo de los hombres a los niños pequeños es parte de la cultura campesina. De otra forma, el conocimiento ancestral y las destrezas no serían trasladados a la nueva generación. Pero ello no debe ser justificación para que otros se aprovechen de esa mano de obra menos que calificada. Aprender a trabajar, sí, pero con escuela, juego, nutrición adecuada y protección de la sociedad, de la cual las empresas son parte.
Entre tanto, presumimos de tener el segundo lugar mundial en rendimientos de caña de azúcar, solo después de Cuba. Es una desgracia nacional que la productividad y la competitividad se construyan, aparte de la tecnología, en la reducción del costo de mano de obra hasta los niveles que nos mostró el artículo.
Guatemala es uno de los países con mayor inequidad en el mundo, y ahora lo puedo explicar con una tonelada de caña.