Ya no será el invierno ni el otoño ni el verano. Será la primavera aunque muchos hayamos perdido, en este plano de vida, a personas de nuestro más sentido afecto.
Más temprano que tarde el virus se habrá ido. O se habrá quedado entre nosotros, pero neutralizado gracias a los diferentes tipos de inmunización que la ciencia está poniendo a nuestro alcance. Será entonces el momento de replantearnos una nueva visión de la vida. Porque es innegable que estamos coexistiendo en una etapa histórica en la cual los cambios —más allá de acelerados a causa de la hiperconectividad— son de una profundidad inconmensurable.
Habremos de empezar por un concienzudo examen de la relación que tenemos con nuestro entorno, con la naturaleza, con nuestros congéneres y con aquellas personas a quienes de una u otra manera distinguimos (o nos distinguen) como un modelo de vida.
También tendremos que realizar un minucioso análisis de nuestro comportamiento con la sociedad a la que pertenecemos, pues no podemos seguir guardando silencio ante los desafíos que nos han impuesto corrientes como el posmaterialismo [1]. A manera de ejemplo, ¿cuál ha sido nuestra postura en orden a las políticas antimigratorias de las grandes potencias aun sabiendo que las remesas que envían nuestros migrantes son pilar y sustento de la economía en nuestros territorios?
En un diálogo franco y sincero, un amigo me compartió unas semanas atrás: «Si yo salgo de esta [se refería a la acometida del SARS-CoV-2], tengo que repensar el estado de mi espiritualidad, cuánto he contribuido a esta catástrofe que estamos viviendo [por alguna razón, él cree que en algún momento de su vida le hizo mucho daño a la naturaleza] y cómo puedo reparar lo malo que he hecho para quitarme de encima esta culpa que me está matando». Y pensé entonces que yo estaba frente a esa buena semilla a la que se refiere el Evangelio cuando habla de las personas que reconocen sus errores: «… estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída y dan fruto con perseverancia». (Lucas 8, 4-15).
Bien vale la pena preguntarnos cuál ha sido nuestra actitud durante la pandemia. Porque en una crisis como la que estamos viviendo afloran nuestros mejores y peores sentimientos.
Lo creí así porque yo estoy seguro de que Dios está hablando a través de los signos de los tiempos, de la naturaleza, de las proximidades de una extinción a la que nos hemos acercado por imprudentes, y por medio de los momentos bisagra que estamos experimentando. Y porque los retos que tenemos como personas nos obligan a tener agudizada nuestra percepción ante casos como el de este amigo, para quien, a pesar de la angustia que le ha provocado la pandemia, replantearse su aquí, su ahora y su comportamiento en el futuro le es más importante que seguir amasando dinero.
Blas Pascal (1623-1662) fue un teólogo católico, escritor y matemático que contribuyó con sus aportes a la teoría de la probabilidad (entre muchos otros de sus logros académicos). De él consta una frase que pertenece a su acervo filosófico: «Hay suficiente luz para quien desee ver claro y suficiente oscuridad para quien piense en dirección opuesta». Y, en orden a este aleccionador apotegma, bien vale la pena preguntarnos cuál ha sido nuestra actitud durante la pandemia. Porque en una crisis como la que estamos viviendo afloran nuestros mejores y peores sentimientos. Quizá revisar qué actitudes hemos tenido en nuestra familia, en nuestro barrio y en nuestra relación de trabajo pueda darnos un norte cierto de hacia dónde vamos o qué debemos corregir.
El tiempo del negacionismo (de la pandemia, de las bondades de las vacunas y de los antivirales) ya pasó. El momento actual nos exige caer en la cuenta de que estamos viviendo en el siglo XXI, y no en el XIV (cuando se quedaron varadas, a manera de flagelantes, muchas personas propensas a la pseudociencia). Es entonces el lapso propicio para escuchar a los científicos y exigir una buena gestión a los políticos.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
* * *
[1] Tendencia al aumento general de la seguridad económica y a un supuesto crecimiento de la economía.