Toda una estrategia para deslegitimarla y dar la percepción de que aquéllos que la defienden son “el enemigo”, “el demonio”. En pocas palabras, toda una retórica de guerra, donde al enemigo se le caricaturiza y contra quien no existe la posibilidad de acuerdos; sólo la posibilidad de su destrucción.
Como buen instrumento de retórica de guerra, Ricardo nos ofrece un enemigo; pero también nos ofrece un bienhechor. Él habla de este empresario que genera empleos y paga sus impuestos. Un empresario que, a pesar de los altos costos, y las condiciones del país, está dispuesto a venir al país y crear empleo. El empresario que pudiendo invertir en cualquier del mundo, y crear empleo e innovación, decide venir a Guatemala, a pesar de sus altos costos, su baja competitividad, sus altos niveles de delincuencia y asesinatos, su alta conflictividad social.
Ambos lados del debate han estado llenos de argumentos burdos; dignos de un debate presidencial, pero no de una discusión seria para ofrecer soluciones reales. Uno que puede ver la discusión sin la retórica de guerra, puede apreciar que es necesario superar dichas posiciones intransigentes, reconociendo que ambas posiciones se originan de hechos que deben resolverse. Así como Guatemala no se va a desarrollar si se eliminan todos los impuestos; tampoco se va a desarrollar si en lo único en lo que nos enfocamos es en que se paguen impuestos. Lo que necesitamos es generar opciones de política que tomen en cuenta que así como se necesitan recursos para proveer ciertos bienes públicos de calidad, ello debe hacerse tomando en cuenta que necesitamos atraer inversión y empleo. Así que en lugar de “demonizar” a la oposición, haríamos mejor en ofrecer argumentos convincentes y serios.
Sobre la crítica
La semana pasada escribí que es una lástima el que los columnistas de Plaza Pública no puedan criticar ciertas instituciones (así como sucede en otros medios de comunicación en el país). En dicha columna argumentaba que la crítica, seria y respetuosa, puede ser muy útil. Si no se puede criticar, ni se sabe aceptar críticas, es difícil mejorar. Es como ir a la escuela o a la universidad sin recibir las tareas o los exámenes calificados: es difícil aprender, si no se nos señalan lo que otros consideran errores.
No sólo puede iluminarnos sobre errores argumentativos; también puede aclararnos y refinar buenos argumentos que necesitaban de un ejemplo o dos para ser más fáciles de comprender. Sin crítica, no hay diálogo, sino pura repetición. Sin crítica, cada uno se cree un pequeño Dios, con las respuestas correctas. Claro, eso no significa que quien critica tenga razón; a veces, lo que se necesita es hacer el argumento más claro.